La Ruta del Vinilo, el fallido intento de obtener los 12 sellos
A las cuatro de la tarde del 8 de agosto de 2025, inició la Ruta del Vinilo en el norte de Quito. Pero, como buen aguafiestas, 15 minutos antes cayeron las primeras gotas de una lluvia que se extendió hasta la medianoche, cuando culminaba el recorrido. Entre discos de acetato y varios géneros musicales, que se escuchaban a una cuadra de distancia de cada uno de los 12 puntos, el camino cruzó los barrios de La Floresta, La Mariscal y La Vicentina. Caminar oyendo música para calentarse del frío.
El recorrido organizado por la Hermandad del Vinilo, una asociación de djs y amantes de la música analógica, inició en Hula Láunge, en la av. 12 de Octubre, frente a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Una puerta verde oscura escondía dos tornamesas que reproducían hip hop, pinchado por DJ Mic. El primer género musical del recorrido es el big bang de toda la escena vinilera: el uso del disco de acetato para mezclar y producir otro producto. Así, entre beats para rapear y un bucle infinito, tres de cuatro mesas ocupadas conversaban.
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Notorious B.I.G. y 2Pac fueron convocados por el tocadiscos, como si fuese una tabla Ouija. Big Poppa y California Love sonaron desde los parlantes, redireccionando la conversación sobre el conflicto entre las pandillas Costa Este y Oeste de EE. UU. en el que murieron los dos raperos en los 90. También la voz de Ms. Lauryn Hill, cantante de los Fugees, sonó con Lost Ones o los versos de A Tribe Called Quest, uno de los pioneros en la mezcla entre jazz y rap. Ahí se marcó el primero de los 12 sellos para completar el pasaporte del recorrido.
El sonido en Chawpi Lab se fue al otro extremo. En Lérida y Lugo, en La Floresta, retumbaba la música nacional. En un espacio de paredes blancas, lleno de impresiones y fanzines, Sonido Makas reprodujo la voz de Jaime Guevara con la protesta de Sr. Prohibicionista.
Mientras sonaba el grupo Sahiro con la balada Mi Destino es como el Viento y la marimba de Papá Roncón con San Juanito Oficial, la gente recorría las mesas donde en papeles aparecieron impresos logos de las bandas colombianas Frente Cumbiero y Meridian Brothers. Entre la tinta negra también se leyó Quixosis, nombre artístico del dj quiteño Daniel Lofredo Rota, heredero de Caife Records, sello que produjo discos nacionales en los 60.
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Bailando bajo la lluvia en la Ruta del Vinilo
A la salida de Chawpi Lab se veía el color del cielo pasar de violeta a morado oscuro, mientras la lluvia se intensificó. Cinco cuadras más al norte, caminando por Lugo estaba Nero Café, en Guipúzcoa, donde el neo disco y afrobeat pinchado por Stefansky ambientaba a los amantes del café que se resguardaban del frío. Sin embargo, mientras casi todos los asistentes se protegían del agua, dos se encontraban bailando frente al DJ.
“Muy apropiada (la música) para el momento, para la hora, para el lugar, perfecta. Pero la lluvia no deja de molestar”, comentó Naomi, nombre que reveló después de decir que se llamaba Café Colado y que admitió que era una adicta de la música. La mujer de piel de chocolate confesó que era de República Dominicana y estaba acompañada por Germán, un hombre mexicano que no dudo en decir cómo se llamaba. “Creo que el vinilo le da algo especial. Es algo retro”, confesó él mientras Stefansky pinchaba la canción Hey Amigo de Lance & Disco Strummer.
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En Zaldumbide y Valladolid, a 11 minutos caminando bajo la lluvia, en la tienda de discos LAVA Records se presentaron dos djs para la noche: el rock ochentero por KIK-RPM y la cumbia por Random Selektor. Dos amigos de cerca de 50 años de edad se sentaron en la cafetería del lugar, mientras sonaba Whip It!, de Devo. “Ah, recuerdos bonitos de mi adolescencia, mi juventud. Entonces, por eso nos atrae”, reveló Blanca Pomboza, en el momento que el post punk cambió a la cumbiamba electrónica del caleño El Dragón Criollo.
En una caminata de siete minutos bajo la lluvia, cinco cuadras en Valladolid hasta Vizcaya, se encontró el siguiente lugar, el sexto sello. ¿Y el quinto? Ese fue en el restaurante Xqueje, Pontevedra, donde Joaquín Cornejo y Santi D colocaron reggae y dancehall, pero estaba tan lleno que apenas se podía ingresar. Sin embargo, la electrónica se tomó Stratto Café, el sexto sitio. Ahí Naomi y Germán, aparecieron otra vez. Se encontraban en una mesa con ocho personas que bebían y comían, mientras beats acelerados y drops constantes chocaban contras los tímpanos.
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Una mujer de abrigo de colores llega para detenerse a lado del DJ Rick Rodríguez, quien palpaba los discos en la oscuridad, mientras llenaba el aire de house y EDM. Mientras ella mueve el pie rápidamente ante la ráfaga de beats. Ella misma se encontraba revisando los discos de World Music en LAVA Records. “(Si tuviera que comprarme) un vinilo, sería de Gilberto Gil, música popular brasilera”, cuenta Fernanda Meneses, de 29 años, con una sonrisa, mientras mira el mapa para ver dónde irá después. “Tal vez sea a La Mezcalería, porque una DJ va a tocar algo de funk y me gusta mucho”, confesó.
A las nueve de la noche, la lluvia disminuyó. Una leve garúa caía del cielo, permitiendo guardar el paraguas. Al pasar el pasaporte para el quinto sello, dos mujeres asiáticas curiosas preguntaron cuántas tenían marcadas. “¡Mucha suerte!”, exclamaron con una sonrisa y un acento que apenas dejaban entender la frase. Caminando tres minutos después, una cumbia rebajada pinchada por Sonido Kinte llamó a Wawqi, una cervecería escondida en Toledo, donde sospechosamente estaba llena de españoles que sonreían a cualquier cámara desconocida.
A la vuelta, en Andalucía, La Mezcalería brillaba desde afuera. Las luces titilaban en los rostros de los bailarines, mientras Pame Benalcázar pinchaba funk y disco. Sonaba Love Injection de Trussel y en primera fila volvió a aparecer Fernanda Meneses, pero esta vez bailando. “Vine en auto por la lluvia. Planeaba caminar un poco, pero el clima no ayudó mucho”, confesó ella sobre cómo se desplazaba de un punto al otro. “Yo siempre tomo mis medidas. Soy una chica súper hiper mega prevenida”, aclaró sobre su seguridad, “Cargo gas pimienta, pero hasta ahora todo está muy tranqui”.
Las gotas seguían dispersándose. Apenas mojaban. Ocho minutos de caminata bajando por la calle Luis Cordero hasta girar por la Leonidas Plaza. Con un fondo de neón fucsia y un hombre con gorra esperándote en la puerta, como si fuese un bar clandestino, así estaba Azares. La diversidad de colores se transformaron en 50 sombras de rojo. Esteban Falconí y DJ Josafath hicieron girar vinilos de disco que transformaron un hangar en Studio 54. Sin embargo, nadie bailaba en el espacio vacío entre el tocadiscos y las seis mesas que había al frente. Música para conversar.
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Salsa brava y dancehall, los dos últimos puntos de la Ruta del Vinilo
Faltando 30 minutos para las 11 de la noche, se retomó el recorrido para La Carnicería, ubicada en Diego de Almagro y Joaquín Pinto. A medida que se bajó hasta la av. 6 de Diciembre, el silencio se materializó, creando la tensión de la expectativa del asalto. Una caminata de nueve minutos que se sintió como de 15, mientras personas encapuchadas por el frío caminaban por el andén de la calle, después de terminar una jornada de trabajo. Otros deambulaban erráticamente, atraídos por el retumbar de las discotecas de la Plaza Foch, sector en el que el décimo sello se encontraba.
Al llegar a la Diego de Almagro se intentó escuchar la música como guía, como funcionó con los otros sitios. No se escuchaba desde afuera. No había letreros. No había gente afuera. Solo la oscuridad de la noche quiteña después de la lluvia, que humedecía el asfalto y arrinconaba a la gente a entrar a la casa. Sin embargo, al observar la fachada de una casa pintada de rojo y las puertas cerradas, se veía entre los bordes a los bailarines bailotear. “Está abierto, solo debe tocar”, dijo con acento colombiano un hombre calvo con una mirada intensa, que en la oscuridad podría confundirse como amenazante.
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Al momento de entrar sonó “Mientras camina, pasa la vista de esquina a esquina / No se ve un alma, está desierta toda la avenida”, como una crónica de la breve caminata hasta ese punto de la ciudad. Die Die Die estaba pinchando Pedro Navaja del salsero Rubén Blades y seis de las 10 personas en el lugar estaban bailando. Danzantes que giraban como trompos. Bailadores que parecían encender fósforos con la suela del zapato.
Ahí, la salsa no dejó de sonar. Incluso, hasta surreal. De pronto, un hombre de cabello ondulado y lentes entró en el lugar, como si resucitara el mismísimo Andrés Caicedo, escritor muerto en 1977 y promotor de la salsa en Cali. No, era solo el vacile de una chica que rápidamente agarró un vaso y se fue con él afuera. Ahora, son las 11 y media de la noche y quedaban dos lugares: Chawar, en la calle Madrid, cerca a la Plaza de La Floresta, y Zíngaro, en Alfonso Perrier por La Vicentina.
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En Chawar la fiesta dirigida por Soundbwov Selektor había terminado a las 10 de la noche. Enseguida, se pidió un taxi hasta el punto en La Vicentina. Ahí sonaba disco, dancehall y reggae a cargo de DDonn y Martin I. Una bandera del movimiento rastafari adornaba debajo de los tocadiscos y el lugar, casi vacío por la hora y el frío. Unos bailaban y otros conversaban en las mesas de al fondo. De la nada, apareció Stefansky, el DJ que musicalizó hasta las 20:00 Nero Café.
Tomas Stefanski es parte de La Hermandad del Vinilo y uno de los organizadores de la ruta. “Me tropecé con varias personas en varios locales y la mayoría de los lugares que he recorrido estaban llenos”, quiso recalcar. Sin embargo, destacó que la atracción de escuchar música en vinilo “es una experiencia. Entonces, uno se acerca a su estantería, revisa los vinilos, ¿de qué tengo ganas de ahorita?”.
Llegó la medianoche, cayeron las últimas gotas de lluvia y cerraron la puerta principal de Zíngaro. Abrieron la entrada alterna, justo la que estaba a lado, y los presentes comenzaron a despedirse. Los DJs ordenaron sus vinilos, de 12 y siete pulgadas, agarraron sus tornamesas para irse. Así, tan sencillo como apretar un botón, los discos dejaron de girar y la música se apagó. Solo se alcanzó a 11 de 12 sellos, por lo que la ruta nunca se culminó.