Cascadas, cuevas profundas, fauna emblemática y formaciones rocosas únicas revelan la riqueza natural y cultural de este corredor amazónico.
Una franja montañosa en la cordillera Oriental abre el ingreso al bosque de Pasohurco, un ecosistema húmedo tropical de 500 hectáreas en el cantón Loreto, en el nororiente de Orellana.
Entre los 700 y 1 050 metros de altitud, la vegetación se adhiere a rocas cubiertas de musgo y a lianas cargadas de líquenes.
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La neblina ligera roza las copas mientras el recorrido inicia por un sendero pedregoso que parte desde la comunidad Pasohurco, en lo alto de la montaña, y desciende hacia el interior del bosque.
En el trayecto dominan la caoba, el chuncho y el moral. El verdor se acentúa con bromelias amarillas cuyas rosetas guardan agua donde se refugian ranas. Más adelante, en las verbenas, mariposas se detienen para beber el néctar de sus flores. En algunos tramos, el suelo arcilloso obliga a caminar con cuidado.
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Entre los árboles aparecen pazos y guabas, alimento para cerca de 300 especies de aves, entre ellas tangaras, loros y el tucán pechiblanco.
Tras dos horas de descenso emerge el río Huataraco. Para continuar hay que cruzarlo. Sin puente y con una corriente constante, el paso se hace aferrándose a una cuerda tendida de extremo a extremo.
Del otro lado comienza la zona central del bosque, un corredor que sostiene 55 especies de mamíferos. El jaguar, el felino más grande del continente americano, es uno de los que utiliza este paso natural para desplazarse y buscar alimento cerca de los ríos.
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Aquí el sendero se cubre de piedras lisas y, diez minutos después, surge una cascada de 40 metros con tres caídas. Sus aguas, de 16 grados, se filtran más adelante hacia las cuevas de Pasohurco, de 25 metros de profundidad. En esta vida subterránea se forman estalactitas y estalagmitas.
Al volver a la superficie y caminar hacia el sur por unos 45 minutos, entre la vegetación emergen formaciones rocosas conocidas por los pobladores como los “elefantes dormidos”. Sus contornos, moldeados por siglos de erosión, semejan lomos y cabezas inmóviles.
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Según la Sociedad de Espeleología Ecuatoriana, esta zona conserva vestigios prehistóricos y paleontológicos. En cuatro museos de Orellana reposan fósiles como ammonites y conchas marinas, además de cerca de mil piezas arqueológicas: hachas de piedra, fragmentos de cerámica y vasijas de barro atribuidas a la cultura Omagua, uno de los pueblos ancestrales de la cuenca del río Napo.
“Esa cultura habitaba entre 1 000 y 1 500 años de antigüedad; se dice que era buen asentamiento que habitaba en Napo. Tenemos Orellana y Macas. Se dicen que esta cerámica era utilizada para usos diarios y también las que tienen figuras, pinturas, eran utilizadas para decoraciones para ocasiones especiales”, explica Byron Carrillo, guardabosque.
Ante la presión de la tala y la caza, 100 familias de Pasohurco impulsan proyectos de agroturismo, cuidan la flora y la fauna, reforestan y mantienen programas ambientales para que los jóvenes aprendan a sembrar.
Son iniciativas que buscan sostener la economía local sin romper el equilibrio del bosque, un esfuerzo comunitario que mantiene protegido uno de los ecosistemas más representativos de Loreto.
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