17 sep 2025 , 15:00

"Ecuador debe hablar en serio de políticas culturales": El llamado de Ana Cristina Barragán al cine nacional

La cineasta ecuatoriana habla de su paso por Venecia, reflexiona sobre la maduración de la industria nacional y la necesidad de formar públicos conscientes.

   

Ana Cristina Barragán se mueve con la misma calma con la que filma. No corre detrás del ruido ni de las fórmulas fáciles, sino que su cine se sostiene en gestos mínimos, silencios prolongados y personajes que habitan los márgenes.

Quizás por eso sorprende que haya sido precisamente Hiedra —una película construida sobre la fragilidad de dos desconocidos que encuentran un espacio común— la que la catapultó a Venecia, donde obtuvo el premio al mejor guion en la sección Horizontes.

En exclusiva para Ecuavisa, la cineasta reflexiona sobre este triunfo, sus próximos proyectos y la urgente necesidad de impulsar la industria del cine en Ecuador.

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Ese reconocimiento no fue un objetivo premeditado. Barragán asegura que cuando escribe no piensa en premios, sino en sensaciones: una imagen, un estado emocional, un gesto corporal que luego se transforma en relato:

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“Cuando estaba escribiendo el guion, para nada estaba pensando en eso. Trato de concentrarme solamente en la esencia de lo que estoy escribiendo, en lo que les motiva a los protagonistas, en la sensación que quiero transmitir”.

Sin embargo, llegar al Lido significó un salto natural en una trayectoria que ya había pasado por festivales como Rotterdam, San Sebastián, Toronto y Locarno. Venecia, admite, era el siguiente peldaño.

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La trilogía de la intimidad

Con Hiedra, Barragán cierra una trilogía que comenzó con Alba (2016) y continuó con La piel pulpo (2022). Son tres películas distintas, pero unidas por un mismo hilo: personajes que no encajan en los parámetros convencionales de éxito o normalidad, y que buscan reconstruirse en medio de heridas familiares.

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En sus historias, las protagonistas femeninas atraviesan procesos de muerte y renacimiento, donde el vínculo íntimo —entre padre e hija, entre hermanos mellizos, entre dos desconocidos que juegan a ser familia— se convierte en un espejo de lo que somos y de lo que ocultamos.

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“En las tres películas hablo de personajes que de alguna forma están al margen de lo que consideramos parámetros de éxito o de normalidad [...] me gusta explorar las intimidades que salen de esa caja, que no son ni lo uno ni lo otro, pero empujan los límites de la intimidad”.

La directora no solo filma personas, filma espacios. Una casa de acogida, los páramos a los pies del Cotopaxi, barrios periféricos de Quito: todos son más que escenarios, son presencias que revelan dinámicas sociales y estados de ánimo.

Para ella, estos espacios "abren un espacio en el que los personajes pueden ser más libres", incluso cuando cargan con un pasado marcado por la violencia o el abandono.

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Ana Cristina Barragán junto a sus compañeros en la alfombra roja del Festival de Cine de Venecia.
Ana Cristina Barragán junto a sus compañeros en la alfombra roja del Festival de Cine de Venecia. ( )

El cine como responsabilidad

En Venecia, la cineasta se alejó del agradecimiento tradicional para pronunciar un discurso cargado de convicción. Con el grito de “Que viva el cine latinoamericano, Palestina libre”, la cineasta dejó en claro que su obra está atravesada por un compromiso político:

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“Para mí, hacer cine también es un acto político, porque significa usar cada espacio para nombrar lo que normalmente se calla”.

Además de hablar de la causa palestina, la cineasta agradeció a las directoras que la inspiran y a la importancia de recordar que el cine latinoamericano existe y resiste en un panorama dominado por grandes industrias.

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Para ella, no basta con filmar desde la sensibilidad; también se trata de reivindicar a quienes, como las mujeres cineastas latinoamericanas, históricamente han tenido menos oportunidades de ser escuchadas.

Ecuador y la maduración de una industria

El premio en Venecia fue celebrado como un triunfo colectivo, con cientos de personas elogiando a la cineasta y compartiendo publicaciones en apoyo al arte nacional.

Sin embargo, Ecuador, señala Barragán, todavía no comprende del todo el cine ni como espejo cultural ni como industria. A diferencia de Colombia o Perú, el país carece de leyes sólidas y de presupuestos claros para la producción audiovisual:

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“No quiero que este premio se quede en mí; debería servir para que en Ecuador se hable en serio de políticas culturales y de la necesidad de formar públicos”.

La directora cree que este es un momento de maduración: un cine emergente que necesita tiempo, autocrítica y rigor para alcanzar estándares internacionales. Y, sobre todo, de formar públicos capaces de mirar más allá del ritmo de Hollywood, acostumbrándose a un cine que no solo entretiene, sino que se queda bajo la piel.

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Ana Cristina Barragán durante el rodaje de Hiedra.
Ana Cristina Barragán durante el rodaje de Hiedra. ( )

Los próximos proyectos

Tras cerrar una etapa con Hiedra, Barragán se permite diversificar. Escribe historias de amistad, de amor, incluso un relato sobre viajes en el tiempo en los que no descarta trabajar con plataformas globales como Netflix o MUBI, pero solo bajo una condición: preservar su libertad creativa:

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“Para mí, más que nada, me interesa poder seguir haciendo las historias que me traspasan, no me interesa [trabajar con plataformas globales] si no tengo absoluta libertad creativa [...] lo que me parece lindo del cine de autor es que es ver una película que solo esa persona pudo haber hecho, porque estás viendo una mirada única”.

Esa fidelidad a sí misma es quizás el rasgo menos visible de Barragán y, al mismo tiempo, el más definitorio. En un medio que exige resultados inmediatos, ella insiste en un cine que respira despacio, que abre preguntas en lugar de cerrarlas, y que entiende la intimidad como un espacio político.

Hiedra le dio a Ecuador un lugar en el Cine Internacional, pero lo que está construyendo va más allá de un premio: es una voz singular que, desde la Mitad del Mundo, dialoga con todas las civilizaciones.

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