El cine y la política han ido de la mano donde uno ha sido recurso del otro. Sin embargo, esta disciplina artística ha representado la idiosincrasia de Ecuador, donde se puede entender la naturaleza política del país.
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Las diferentes disciplinas artísticas, entre ellas el cine, han recreado escenarios donde la forma de pensamiento ecuatoriano queda revelado y como escala a las grandes esferas de poder.( )
Ecuador se encuentra en un punto de inestabilidad política. Por un lado, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador anunció el 18 de septiembre de 2025 que llamaban a un paro nacional en contra de la eliminación del subsidio al diésel, que inició en la tarde del lunes 22. Y, por otro lado, el Gobierno Nacional se encuentra en un recorrido para la aplicación de una Asamblea Constituyente para crear una nueva constitución, cuando la actual tiene 17 años de existencia.
Ecuador, como se ha revisado en el informe de Latinobarómetro 2024, se encuentra entre los países de la región con inestabilidad institucional: tiene dos presidentes condenados por corrupción, ocupando un tercer puesto tras Perú y Guatemala. Además, está en la lista de los países con más mandatarios que han abandonado su cargo de forma repentina: cinco funcionarios, iniciando con Abdalá Bucaram en 1997 hasta Guillermo Lasso en 2023. El arte no está separado de ese contexto, que como muestra el documento, no es actual, lleva tiempo.
Las diferentes disciplinas artísticas, entre ellas el cine, han recreado escenarios donde la forma de pensamiento ecuatoriano queda revelado y como escala a las grandes esferas de poder. Obras como la película Rata, Ratones y Rateros (1999) de Sebastián Cordero, mostrando una comparativa de idiosincrasias entre Sierra y Costa, hasta la novela Fiebre de Carnaval (2022) de Yuliana Ortiz, que retrata el ambiente de la provincia de Esmeraldas y la relación de la capital con ese sector. En todo arte se observa una muestra del perfil político del país, por lo que Ecuavisa.com te cuenta sobre cinco películas que te ayudarán a entender Ecuador.
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El Facilitador y cómo funciona el poder
La película El Facilitador (2013) no muestra nada diferente de lo que uno ya escucha en la relación entre el poder económico y político. Sin embargo, la historia de Miguel, representado por el periodista Francisco Febres-Cordero, un exitoso empresario de 50 años, hace hincapié en cómo la corrupción se va ejerciendo en una relación complicada entre sector público y privado. Sobre todo en el nexo que tiene con un diputado interpretado por Andrés Crespo, representando un arquetipo de político chabacano y criollo. El dinero sobre todas las cosas.
El largometraje también resalta que el dinero no puede comprarlo todo cuando el protagonista es diagnosticado con cáncer, lo que lo motiva a cuestionar su propia vida. La historia dirigida por el guarandeño Víctor Arregui muestra cómo los excesos se permea en la familia, cuando Elena, la hija de Miguel, llega al país para cuidar a su padre, pero es lejana y fría con él; además, pasa sus días entre drogas y alcohol.
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Panamá, un recuerdo en blanco y negro de la violencia política
Javier Izquierdo escuchó una historia de un encuentro entre dos ecuatorianos, que sirvió como base para la creación de Panamá (2019). La película, que no cambia mucho de escenarios y en blanco y negro, cuenta la reunión de dos excompañeros del colegio que se vuelven a ver en la capital panameña. Uno, yerno de un banquero; el otro, con un perfil difuso que se va revelando al final, es un militante de la guerrilla Alfaro Vive Carajo.
Panamá es una conversación extensa entre dos hombres que miran con nostalgia su adolescencia y entre los detalles expresan las complicaciones sociales y políticas que vive un Ecuador en los años 80: el choque de dos polos ideológicos, muy representativo de la época. Además, el filme alude a la memoria del secuestro del banquero Nahím Isaías en 1985, por parte de AVC, al revelarse las intenciones del personaje subversivo.
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Qué tan lejos, un recorrido por la idiosincrasia del país
Qué Tan Lejos (2006) de Tania Hermida es una película conocida por las postales que muestra de Ecuador. Es un filme de carretera que narra el recorrido de Tristeza y Esperanza a Cuenca, Azuay. Al momento que su bus se retrasa por una huelga de trabajadores, los dos personajes principales deben tomar aventón para llegar a su punto.
Aunque no ahonda en temas políticos, en el recorrido de Tristeza y Esperanza se observa las pequeñas acciones que marca la idiosincrasia ecuatoriana, como el trabajador que sobrefactura en una gasolinera para quedarse con la diferencia en los viáticos que le da la empresa. Pequeños actos de corrupción que complican el panorama político entre trabajadores y empresarios, como se vería en la huelga por la que el bus no avanza.
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Prometeo deportado, un Ecuador fundado en un cuarto
Después del gran éxodo de ecuatorianos a Europa y Estados Unidos, tras el feriado bancario de 1999, el tema de la identidad atada a la migración. Prometeo Deportado (2010) de Fernando Mieles agarra un espacio muy propio del migrante y contrapone su tono genérico con lo criollo. La película muestra cómo poco a poco, en una sala de detención de un aeropuerto, donde se encuentran algunos compatriotas, se recrea un Ecuador, incluyendo lo político.
En una sala llena de ecuatorianos que comparten las razones de su detención, comienza a pasar lo típico, desde comer cuy o cangrejo y se ponen negocios como de estilista. Las conversaciones rodean la escasez de trabajo y la búsqueda de una nueva vida.
Los ecuatorianos se organizan para no ser deportados y se anidan en la sala de detenciones. Mientras se desarrolla la historia, lo criollo se vuelve cada vez más surreal y kitsch. Fundan, sin saberlo, una embajada de lo ecuatoriano: la oda al deportista, el político populista, la adoración a la comida y la viveza que distingue al latino. La película se vuelve cada vez más en una parodia del país mismo.
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Sin Muertos No Hay Carnaval, la relación entre el poder formal y el clandestino
Sin Muertos No Hay Carnaval (2016), la penúltima película de Sebastián Cordero, hace un acercamiento a la invasión de tierras. En un país donde la legalización de invasiones ha sido parte de la forma de captar votos desde mediados del siglo XX, el filme humaniza la problemática y coloca a las víctimas y los victimarios en la misma escena.
En un lado de Guayaquil, lejano del manglar y el estero que rodea el centro, Sin Muertos No Hay Carnaval, cuenta la historia de un terrateniente cuya tierra ha sido invadida por 120 familias y debe tomar la decisión si desalojarlas o no. Ahí entra la relación entre el poder económico y el Estado para lograr el cometido del personaje principal, sin escatimar el uso de violencia y corrupción para llegar al objetivo.
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