Con cerca de medio millón de asistentes, termina la exitosa residencia de Bad Bunny en Puerto Rico

La residencia de Bad Bunny, No Me Quiero Ir de Aquí, concluyó su ciclo de 31 conciertos en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot, consolidando un enorme impacto económico y cultural que quedará registrado en la historia de la isla.

Con casi medio millón de asistentes en toda la residencia, y otros tantos miles presenciando el streaming del último show, el evento no solo fue un espectáculo musical, sino un auténtico homenaje de Benito Antonio a su tierra.

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Sin embargo, su legado va mucho más allá del récord de público. Aquí te explicamos el profundo impacto que el artista tuvo en su Puerto Rico natal.

Desde su anuncio, la residencia se convirtió en un fenómeno de ventas: más de 400 000 boletos se agotaron en tiempo récord, atrayendo a cerca de medio millón de personas al Coliseo, según Univisión.

La producción del evento impulsó el turismo local, generando 37 519 noches de hotel reservadas en San Juan y un aumento del 7 % en el tráfico aéreo desde los Estados Unidos continentales.

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Según estudios citados por La Vanguardia, el impacto económico total, considerando transporte, consumo y hospedaje, podría ascender a USD 733 millones, y se estima que se generaron alrededor de 3 623 empleos equivalentes a jornada completa anual.

Aunque la residencia estuvo pensada principalmente para el público puertorriqueño, Bad Bunny llevó el concierto final a todo el mundo gracias a las transmisiones en Amazon Music, Prime Video y Twitch.

La función sorpresa del 20 de septiembre, que coincidió con el octavo aniversario del huracán María, se convirtió en un emotivo acto de homenaje y resiliencia.

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El impacto fue histórico: según Amazon Prime, se trató del espectáculo en solitario más visto en la plataforma, mientras que en Twitch alcanzó 340 000 espectadores simultáneos de todas las partes del mundo, marcando el mayor concierto en la historia de Amazon Music en esa red.

La residencia fue concebida como una carta de amor de Bad Bunny a Puerto Rico. El escenario incluía una réplica de un mogote —símbolo del jíbaro puertorriqueño— y una casita que funcionaba como área VIP.

Cada detalle, desde los ritmos de plena y salsa hasta la integración del reguetón y house, buscó reflejar la esencia cultural de la isla. Las primeras nueve fechas fueron exclusivas para residentes locales, reforzando la conexión con su público originario.

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