08 ago 2025 , 19:50

El bosque tropical de Otonga conjuga la biodiversidad de Cotopaxi, Pichincha y Santo Domingo de los Tsáchilas

Este ecosistema se extiende en una cadena montañosa que une a las tres provincias y es el hogar de numerosas especies de aves, insectos, mamíferos y plantas. Una cascada de 40 metros es el atractivo principal.

   

Es de noche en la reserva Otonga y los sonidos se intensifican. El bosque revela su vida más oculta: los insectos. Son ellos los que despiertan primero.

Bajo orquídeas colgantes, un escarabajo cocuyo enciende su tórax como si llevara dos faros naranjas. Su brillo, visible desde varios metros, anuncia la entrada a un bosque subtropical de vegetación densa.

Este ecosistema se extiende en una cadena montañosa que une a Cotopaxi, Pichincha y Santo Domingo de los Tsáchilas.

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Solo hay que mirar al suelo para descubrir otras formas de vida: un caracol que avanza sin apuro mientras las hormigas marchan veloces cargando hojas que triplican su tamaño. Aquí se han identificado 200 especies de moluscos e insectos, su alta presencia revela la salud del suelo y el aire del bosque.

Pero en la oscuridad no todo se agita y algunas maravillas apenas se dejan ver, como la flor de jade que solo florece una vez al año y, esta vez, dejó ver su intenso turquesa bajo la noche.

Tucanes y gaviotas tienen su hogar entre 200 variedades de plantas

Ya al amanecer el bosque cambia de voz. A 2 300 metros los árboles reciben los primeros rayos de sol al ritmo de trinos; las aves toman la posta.

El plumaje blanco de las gaviotas brilla al sobrevolar con los picos de Los Illinizas de fondo. A su alrededor, más de 200 especies revolotean en busca de alimento.

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En la zona crecen más de 2 000 variedades de plantas leñosas y arbustivas. El copal, el guineal y la tagua, cubren las laderas como pompones verdes, filtrando la luz que eleva la temperatura hasta 25 grados.

Un tucán andino muestra apacible su pico multicolor. Y entre los trinos, se impone el canto del gallo de la peña.

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“Las aves se concentran en esos lugares porque saben que ahí hay alimento; el caimetillo, el aguacatillo, canelo, el drago, que produce un montón de semillas”.

Una cascada cae desde 40 metros de alto

En esta reserva, que se extiende por 800 hectáreas, en la cordillera occidental también retumba el agua.

Desde lo alto de la montaña, una cascada desciende con fuerza, tiene 40 metros y alcanzar su punto más alto requiere escalar una pendiente que casi roza los 75 grados. Hay que apoyarse en cuerdas o aferrarse a las raíces de árboles, y en cada descanso de las laderas se forman pequeñas lagunas.

Sobre sus piedras mojadas posan los mirlos acuáticos coroniblanco.

La cascada desemboca en el caudal intenso del río Toachi, donde mientras las aguas bajan, el suelo florece. Helechos, bomareas, anturios, violetas de la llama y jengibres de colmena tapizan el suelo.

Dos abejas se posan sobre los árboles de tagua, y algunas larvas se alistan para transformarse. Una de ellas ya se convirtió en escarabajo tigre y huye ágil por la hojarasca. Hay que caminar con cuidado para no aplastarlos.

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No todo se deja ver con facilidad. En este bosque denso, las cámaras trampa captan a aquellos que evitan al visitante, como un puma que domina el territorio y una familia de puercos sajinos que intenta esquivarlo. Junto a ellos habitan más de 60 especies de mamíferos.

Aquí nace el río Esmeraldas

En el occidente de la reserva, en lo más profundo de Otonga, nace otra fuente de agua. Aquí brota el río Esmeraldas, sus aguas burbujeantes descienden por 15 kilómetros y abastecen a 10 comunidades.

10 personas de la fundación Otonga cuidan la reserva. Han logrado involucrar a 1 200 jóvenes de las comunidades vecinas y han acompañado a científicos de Brasil, Estados Unidos, Alemania, Francia y Japón que estudian las especies del bosque.

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Otonga significa ser viviente bajo la tierra, y todo aquí lo confirma. De noche o de día, su diversidad se revela; por eso, desde 1 988 la reserva está protegida.

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