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Daniel Noboa en un evento junto a sus simpatizantes.( )
En el sistema político ecuatoriano, el voto duro de los candidatos corresponde a lo que obtienen en primera vuelta. A veces, ni eso. En el balotaje, el electorado ajeno a los dos finalistas se decanta por uno de ellos. Son votos efímeros que hay que cuidar si el gobernante quiere mantener su capital político.
El presidente Noboa y su equipo de colaboradores y asesores deben saber que mucho del triunfo de abril fue un voto de confianza: una apuesta por la esperanza y el anhelo de un cambio. Pero también se sumaron a su candidatura amplias corrientes de ciudadanos que esperan que el mandatario fortalezca los principios democráticos, se someta a las reglas del juego y cuide las instituciones.
En esta innecesaria disputa con la Corte Constitucional, marcada por la suspensión de varios artículos fundamentales de las leyes de Seguridad Nacional, Integridad e Inteligencia y por el posterior trámite de las demandas planteadas en contra de estos cuerpos, el Gobierno ha decidido apelar a su electorado para generar una presión a su favor.
Y, de paso, poner a discutir al país sobre reformas muy delicadas para la vitalidad democrática del Estado, como dar a la Asamblea la posibilidad de deshacerse de los magistrados constitucionales, vía juicio político, sobre la base, con absoluta seguridad, de satisfacer sus apetitos personales e intereses particulares.
¿Hay un riesgo en la estrategia del Gobierno? Claro que sí y Noboa debe actuar con absoluta prudencia. Buena parte de ese electorado que le dio una impecable victoria ha visto, con preocupación, cómo el Régimen ensaya relatos y promueve desafíos con un estilo muy similar al de la época correísta. Aquello saturó a la población y, por eso, desde 2014, en amplias capas de las clases medias, la Revolución Ciudadana ha sido castigada en las urnas una y otra vez.
Es cierto que los políticos de hoy no toman acción alguna sin números y sondeos que les garanticen un respaldo ciudadano. Pero las corrientes de opinión son tan potentes que pueden debilitar cualquier base y poner, en este caso al presidente de la República, ante un innecesario desgaste.
Pensar que a todo el Ecuador le seduce la mano dura, que a la gente no le importan los valores institucionales o que, fácilmente, le seduce un relato propagandístico es trabajar con una hipótesis reduccionista y proclive al error.
Se nota que la estrategia de Carondelet, de meter en la licuadora de las leyes económicas urgentes todas las reformas judiciales que se le ocurrió, fue equivocada, pues no se palpa un plan B solvente para defenderse ante la Corte Constitucional, que no sea la deslegitimación pública. ¿Qué hace pesar que esa cruzada será aceptada por un electorado que no le dio un cheque en blanco en la segunda vuelta?
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