Lo que Infantino presenta como una nueva era del fútbol, no deja de ser una versión ampliada de las mismas desigualdades de siempre, maquilladas bajo el logo de la FIFA.
- Una vista al trofeo que se entregará al campeón del Mundial de Clubes 2025.( )
Por más que el presidente de la FIFA Gianni Infantino intente envolverlo en una narrativa épica, el nuevo Mundial de Clubes que arranca mañana en Estados Unidos no es —al menos todavía— una revolución comparable a la Copa del Mundo de 1930.
Es cierto: 32 equipos de todos los continentes competirán por primera vez en un torneo que, en papel, busca globalizar el fútbol de élite. Para nuestro país será atractivo porque cinco ecuatorianos disputarán el Mundial de Clubes, entre ellos Willian Pacho y Moisés Caicedo.
Pero también es cierto que, en esencia, esta "nueva era" parece hecha para que el negocio siga girando alrededor de los mismos protagonistas de siempre.
Infantino afirma que este torneo marca un hito, que democratiza el fútbol y le da visibilidad a clubes fuera del radar habitual. Que los escépticos, dice, cambiarán de opinión.
Y aunque es innegable que ver a Al Ahly de Egipto enfrentando al Inter Miami de Lionel Messi en un estadio de la NFL despierta interés, también vale preguntarse: ¿cuánto durará esa atención cuando los favoritos europeos se adueñen del escenario?
Porque la verdadera discusión no está en la cantidad de países representados ni en la diversidad geográfica del cartel, sino en la estructura misma del fútbol de clubes. Y allí, por más Mundial de 32 equipos que organicemos, el poder sigue concentrado en Europa. En Inglaterra, en España, en Alemania. En los de siempre.
Y si se quiere hacer el zoom, en Sudamérica pasará lo mismo. Los equipos más dominantes del continente que participan en este nuevo Mundial de Clubes, ampliarán sus finanzas y se acentuará la brecha de argentinos y brasileños frente al resto de equipos de la región.
Infantino tiene razón cuando dice que el fútbol es el deporte número uno del planeta, pero omite decir que su élite sigue siendo inaccesible para la mayoría. Globalizar no es solo invitar, es permitir competir en condiciones reales.
Y eso no se resuelve con un torneo multimillonario cada cuatro años, sino con una redistribución económica, con calendarios equilibrados, con una política de desarrollo que no se quede en la retórica.
Sí, hay mérito en intentar dar un paso hacia una competición más amplia. Pero el fútbol no se transforma solo con eventos. Se transforma cuando el sistema permite que más clubes tengan voz, recursos y protagonismo sostenido.
El Mundial de Clubes 2025 será interesante. Será vistoso. Será un evento millonario. Pero aún está lejos de ser el 1930 de los clubes.

Lo que Infantino presenta como una nueva era no deja de parecer una versión ampliada del mismo espectáculo de siempre, con los mismos ganadores, y las mismas desigualdades maquilladas bajo el logo de la FIFA.
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