Independiente del Valle vuelve a pelear por la gloria continental y reafirma que su éxito no es casualidad, sino el fruto de un modelo sostenido, formativo y ambicioso.
En el fútbol sudamericano, hay equipos que compiten por costumbre y otros que lo hacen por convicción. Independiente del Valle pertenece al segundo grupo. Este martes, el club ecuatoriano enfrentará al Atlético Mineiro por la ida de las semifinales de la Copa Sudamericana, y lo hará con una idea tan clara como su ambición: demostrar que su modelo no es una excepción, sino un ejemplo.
El cuadro del Valle se ha convertido en un fenómeno futbolístico y organizacional. No tiene una hinchada multitudinaria, pero sí un proyecto que vale más que cualquier graderío lleno. Su crecimiento no fue repentino: fue el resultado de una estructura deportiva seria, una cantera con propósito y una dirección que nunca perdió el foco, ni siquiera cuando los resultados adversos golpeaban.
Llegar a semifinales no es un accidente. El equipo de Javier Rabanal, que hoy lidera con holgura la LigaPro, ha sabido sobreponerse a los tropiezos de la Libertadores y encontrar en la Sudamericana su camino de redención. Eliminó con autoridad a Vasco da Gama, resistió ante Mushuc Runa, y sobrevivió al drama de los penales frente a Once Caldas. No ha sido un recorrido cómodo, pero sí uno que habla de carácter y madurez.
Del otro lado estará Atlético Mineiro, un club gigante en Brasil, dirigido por Jorge Sampaoli, que llega entre dudas y altibajos. Su posición en el Brasileirao (decimocuarto) y su irregularidad contrastan con el orden táctico y la disciplina ecuatoriana.
Sin embargo, nadie puede subestimar a un equipo que tiene a Hulk en ataque y la experiencia de jugadores de selección. Será un duelo entre estilos, presupuestos y realidades distintas, pero con un mismo objetivo: tocar la gloria continental.
Para Ecuador, lo que hace Independiente del Valle trasciende lo deportivo. Representa una forma distinta de competir, de construir identidad sin depender del pasado ni de la historia ajena. En un país donde los grandes nombres aún pesan más que los proyectos, IDV es la prueba viva de que la planificación vence al presupuesto.
Ya ganó la Sudamericana en 2019 y 2022, y la Recopa en 2023. Si vuelve a llegar a la final, no será una sorpresa. Será la confirmación de que, desde Sangolquí, Ecuador ha aprendido a mirar de frente al continente.
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