No es posible que una Media Maratón se realice con buses compartiendo calles con los corredores y que ciertos conductores no respetan un control vehicular que se quedó corto.
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Cientos de personas participaron el domingo 6 de julio en la Media Maratón de Guayaquil
Guayaquil quiere jugar en las grandes ligas del turismo deportivo, pero la realidad la baja de golpe a la categoría amateur. El domingo 6 de julio, la ciudad fue escenario de la Media Maratón de Guayaquil, una carrera organizada con apoyo municipal que, aunque tuvo momentos de entusiasmo y participación masiva, también dejó en evidencia una preocupante falta de control y cultura vial.
Una vez más, quedó demostrado que no basta con proclamarse Capital Americana del Deporte si la ciudad no garantiza lo más básico: seguridad para los atletas.
Las imágenes fueron tan insólitas como indignantes: buses circulando junto a los corredores, ciclistas embestidos por vehículos en sectores sin presencia de agentes, y hasta un vigilante de tránsito agredido por personas que simplemente no aceptaban que el espacio público por unas horas fuera de los deportistas.
¿De verdad esta es la ciudad que aspira a estar a la altura de Buenos Aires, Medellín o Río de Janeiro, referentes en América Latina en organización de eventos deportivos urbanos?
No se trata solo de cuestionar a la Agencia de Tránsito y Movilidad (ATM), aunque su operativo de 124 agentes se quedó corto en puntos clave. También hay que señalar el comportamiento de algunos conductores, que demuestran una preocupante incapacidad para convivir con actividades diferentes a su rutina del tráfico dominical.
La agresión a un agente en plena avenida 9 de Octubre no solo es un delito, es un síntoma de una ciudad que aún no entiende el valor del espacio público ni del deporte como motor de convivencia.
La distinción de Capital Americana del Deporte, en la práctica, se siente vacía cuando los buses van pisándole los talones a los corredores en la Plaza Dañín o cuando los semáforos siguen funcionando como si nada mientras los atletas se juegan el físico por una medalla, bajo el riesgo de ser atropellados.
Sí, la carrera se completó y los participantes valoraron la experiencia. Pero una media maratón no puede depender solo del entusiasmo de sus atletas o de la buena voluntad de unos pocos. Tiene que estar respaldada por una ciudad comprometida, con una ciudadanía educada y autoridades que no improvisen.
El deporte merece respeto. Y los ciudadanos también. Organizar una carrera en una gran ciudad no es solo cerrar calles: es planificar, educar, controlar y, sobre todo, entender que eventos como este son oportunidades para mostrar lo mejor de Guayaquil, no sus carencias más evidentes.
¿Estará lista la ciudad para aprender de esto? La próxima carrera dará la respuesta.
Si lo visto ayer no mejora, Guayaquil seguirá corriendo detrás del prestigio deportivo que tanto ansía, pero que aún le queda demasiado lejos de la meta.
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