01 abr 2021 , 06:17

Emociones sin apellidos

Aproximadamente el 80 % de los padres y madres nunca han llorado delante de sus hijos.

Seguramente al igual que yo, aprendiste que llorar era malo y por lo tanto descubriste lugares para hacerlo sin que nadie te pudiera encontrar. Entre esos lugares está sin duda alguna, el baño, el auto y una buena almohada. 

Si se ponen a pensar en la estupidez que encierra lo que acabo de escribir podremos entender que nuestra educación emocional es nula y la poca que tenemos es de pésima calidad.

Les cuento que aproximadamente el 80 % de los padres y madres nunca han llorado delante de sus hijos e hijas, o si lo han hecho, mienten descaradamente sobre las causas.

Esto ha llevado a que el modelo judeocristiano del sufrimiento y del contener o aguantarse lo que sentimos sigue a pesar de la modernidad, dirigiendo nuestras vidas todos los días. 

Es que llorar es debilidad, reírse demasiado es superficial, tener miedo es de cobardes y la rabia obviamente debe ser medida.

Entonces nuestra emocionalidad está siempre limitada y sancionada desde nuestras mismas cabezas, hasta el otro que las juzga apenas aparecen.

En estos tiempos de tanta labilidad emocional y de estar metidos en una montaña rusa de emociones, este tema adquiere mayor importancia y sobre todo me preocupan los juicios sobre ellas todo el día.

Si estás triste, solo estás triste, no estás mal. Aquí ya tienes un juicio. Cuando nos ponemos a llorar, lo primero que escucharemos es un “no llores” y siempre aparece alguien diciendo no “estés mal”.  

Si estas cansad@, solo estás cansad@, no estás mal e incluso si estás content@, solo estás content@, no estás bien. Creo que si aceptáramos desde una autocompasión sana nuestras emociones como las mensajeras que son, tendríamos tanta, pero tanta información de nuestro mundo emocional que sin duda nos enfermaríamos mucho menos y seguramente de cosas menos graves.

Sería maravilloso que en un comienzo de educación emocional real pudiéramos expresar lo que nos pasa sin ningún juicio y, con mucho cariño hacia nosotros, nos preguntáramos que nos vienen a decir y a mostrar. 

A veces será solo la necesidad de descargar y descansar a través de ellas y otras nos mostrarán caminos de resolución de conflictos y de crecimiento personal, pero lo que es seguro es que siempre hará  bien y será sano liberarlas y sacarlas de ti.

Lo que las palabras no dicen, siempre lo hará el cuerpo en forma de enfermedad o a lo menos de malestar, por lo tanto en estos tiempos tan desafiantes, con tanta incertidumbre y pérdida de control, lo mejor que podemos hacer es decir lo que sentimos todos los días, casi como un mandato y una tarea de bienestar emocional.

No coloques apellido a lo que sientas y no juzgues ni evalúes lo que siente el otro, solo saquemos aquellas emociones y escuchemos al cuerpo para no bloquearlas. Si tu garganta está apretada o lo es tu panza, escucha y respira profundo para traducir estas sensaciones a emociones y no te limpies los ojos ni te pongas a toser para frenar algo que tu alma necesita drenar lo antes posible. 

Te invito a sentir, a sentir sin juicio para no solo limpiar tu mundo emocional, sino tu cuerpo y tu alma. Esto debiera ser un ejercicio diario. Te invito a hacerlo.

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