Lo más valioso de Dembélé es que su discurso no giró en torno a sí mismo. Habló de su familia, su origen y de la importancia del trabajo en equipo.
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El jugador del PSG Ousmane Dembélé posa con el Balón de Oro 2025.( )
Ousmane Dembélé nunca persiguió el Balón de Oro, y quizás esa sea la razón por la que hoy lo sostiene con tanta legitimidad. Lo suyo no fue la obsesión de las estadísticas ni la carrera individual a la luz de los flashes, como hacen otros, sino la perseverancia silenciosa de un futbolista que aprendió a levantarse de cada lesión, de cada crítica y de cada duda sembrada a su alrededor.
El francés, compañero de nuestro compatriota Willian Pacho en el PSG, recibió el galardón con lágrimas en los ojos al recordar a su madre, la mujer que lo crió sola junto a cuatro hermanos menores.
Esa imagen lo retrata mejor que cualquier cifra: un hombre agradecido, consciente de sus raíces y de todo lo que le costó llegar hasta allí.
La foto del Balón de Oro en sus manos no es solo la del mejor jugador del mundo en 2025, sino la de un hijo que reconoce el esfuerzo de su familia y de su ciudad natal, Évreux, marcada por la precariedad.
Lo más valioso de Dembélé es que su discurso no giró en torno a sí mismo. Habló de su equipo, del PSG que conquistó la Champions tras la salida de Mbappé, de la confianza del entrenador Luis Enrique y de la importancia de los títulos colectivos que le abrieron la puerta al reconocimiento individual.
Tampoco se olvidó de los clubes de su pasado, mencionó con gratitud al Barcelona, cuyo entorno lo maltrató cuando las cosas no le salieron bien. Esa humildad lo distingue en un fútbol donde la vanidad suele tener más espacio que la gratitud.
Durante años fue tachado de inmaduro, frágil e irregular. Pero hoy, con 28 años, responde con hechos: 35 goles en 53 partidos, actuaciones memorables en Champions y la capacidad de reinventarse como un falso 9 que defendió, asistió y lideró.
Su Balón de Oro no es solo un premio al talento natural —ese que siempre tuvo para desequilibrar—, sino al compromiso adquirido con el trabajo, la madurez y el sacrificio.
Dembélé se suma a la lista de leyendas francesas como Zidane, Platini o Benzema. Pero su camino fue distinto: más humano, menos perfecto, más cercano al de cualquiera que tuvo que superar prejuicios y lesiones para alcanzar la cima.
En un mundo que idolatra la perfección, su historia recuerda que también se puede llegar a la gloria desde la imperfección.
Por eso su Balón de Oro emociona tanto. Porque no premia solo a un jugador extraordinario, sino a un hombre que supo crecer, agradecer y transformar las críticas en motivación. Y porque detrás de esa sonrisa tímida y esas lágrimas sinceras, hay un mensaje poderoso: la humildad también puede ser campeona del mundo.
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