No basta con borrar jugadores del plantel, la directiva es la mayor responsable de lo que ha pasado y debe gestionar con cabeza fría y visión a futuro, sino el 2026 será igual.
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Barcelona ha tenido un bajo rendimiento en el año de su centenario.( )
Barcelona SC cumplió 100 años, pero su temporada 2025 difícilmente será recordada con orgullo. En el año que debía celebrar su historia con grandeza, el club dejó una sensación de desgano competitivo, de equipo que jugó por inercia.
Eliminado de la Copa Libertadores y la Copa Ecuador, y resignado desde agosto en la LigaPro, donde Independiente del Valle llegó a sacarle hasta 15 puntos de ventaja, el cuadro torero terminó siendo espectador de los torneos que alguna vez solía disputar con hambre de gloria.
Por eso, hablar hoy de una purga no es sinónimo de crisis, sino de necesidad. El barcelonismo necesita aire nuevo, una limpieza profunda que empiece por reconocer los errores estructurales. Porque esto no va solo de jugadores. También hay responsabilidades claras en la directiva, que volvió a confundir cariño con planificación.
Fichar a futbolistas como Felipe Caicedo o Mario Pineida solo por nostalgia o popularidad fue una apuesta emocional y costosa. Respaldar y luego destituir a entrenadores como Diego López, o mantener más tiempo del necesario a figuras sin resultados, como Segundo Castillo y hoy a Ismael Rescalvo, son señales de improvisación.
Hoy el club se apresta a bajar su presupuesto para 2026 y ya circulan nombres de posibles salidas: Xavier Arreaga, Mario Pineida, Octavio Rivero, Aníbal Chalá, Willian Vargas y Franklin Guerra.
Todos, menos Rivero, por bajo rendimiento o por el fin de sus contratos es justo que abandonen el Monumental. En la lista hay casos simbólicos: Arreaga, con errores que costaron penales y expulsiones; Pineida, víctima de lesiones constantes. En esta lista de posibles salidas, solo el uruguayo Rivero puede irse con dignidad deportiva, al ser de los más regulares y con mercado internacional.
Pero más allá de los nombres, la reflexión debe ser más profunda. El problema de Barcelona no se resuelve con limpiar la nómina, sino con cambiar la cultura de gestión. Ratificar a Ismael Rescalvo para 2026, después de un año sin competitividad, es apostar al fracaso. ¿Cómo se le puede confiar a él reconstruir Barcelona?
El centenario debía ser el punto más alto de una era; en cambio, se convirtió en un espejo incómodo. Barcelona necesita un proyecto serio, que piense más en rendimiento que en marketing, más en mérito que en memoria.
Si la purga se hace con cabeza fría y visión a futuro, puede ser el comienzo de una reconstrucción real. Si se queda solo en una reacción a la frustración, el 2026 corre el riesgo de parecerse demasiado a este 2025: un año más de promesas incumplidas.
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