16 oct 2014 , 03:43

A sangre fría: viaje a Holcomb en medio de la tormenta

   

A Truman Capote, la sombra de Holcomb lo siguió hasta su muerte.

Por: Allen Panchana Macay

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A Truman Capote la sombra de Holcomb lo siguió hasta su muerte. Holcomb y 'A Sangre fría'. Holcomb y los Clutter. Aunque amables, los habitantes son reacios a hablar. Mantienen sus distancias con los desconocidos. Holcomb no ha querido pasar a la historia como un lugar de sangre. 

 

No sé por qué puse en el GPS –medio en broma– "Holcomb". Imaginaba que llegar al estado de Kansas, desde Oklahoma City, sería una travesía demasiado larga y que debía renunciar a cualquier intención a priori. Pero no. "Travel time: six hours", según el resultado del GPS. Me lo pensé toda la noche. ¿Conducir seis horas para seguir la trama de Capote? Lo comenté luego a varios amigos en Oklahoma City –porque necesitaba apoyo moral–, pero ellos me respondieron con un: "¿No has pensado mejor en Las Vegas?". 

 

Con el dilema no resuelto todavía, comencé a googlear sobre Holcomb, averigüé que la vivienda de la familia Clutter estaba en venta, vi mapas, carreteras, calculé presupuesto de combustible y comida. Y un martes, ni bien amanecía, me vi con una mochila lista con lo necesario, a bordo de un auto rojo alquilado en oferta. 

 

Un viaje en solitario. Debo admitir que llegó un momento en que sentí miedo. ¿Se imaginan una carretera desolada, sin una casa en sus alrededores ni un alma? Ni siquiera la radio del auto 'pescaba' una emisora. Para mí era sorprendente que el GPS marcara seguir derecho, largo, 100 kilómetros sin parar y luego doblar a la izquierda por 100 kilómetros más. Y todo desolación total. 

 

Un fallo: no reparé en revisar el clima con antelación. Alguien podría pensar que lo del miedo es exagerado, pero no. No lo es cuando te encuentras en medio de una tormenta. ¿Tormenta? Sí. Los sectores más afectados, según las previsiones que debía conocer antes de salir, estarían entre las fronteras de los estados de Oklahoma y Kansas. Y yo al volante. Con razón las carreteras lucían vacías. Y sin una radio que escuchar, sin Internet en el móvil, me convertí en un viajero de los años 70. 

 

En ruta… A ratos llegué a conducir muy despacio, porque la vía se llenaba de una nube de polvo, como si estuviera en la montaña más alta de los Andes rodeada de neblina. Cuando la zona se despejaba un poco, me encontraba con unas bolas de paja gigante (tumbleweed). ¿Qué hacer cuando ves volar velozmente decenas de esas bolas y piensas que caen del cielo? ¿Qué hacer cuando vienen directamente al parabrisas? No logras respirar hasta que asimilas que es paja y no hay peligro. Paré en las dos gasolineras que encontré. Hice consultas sobre si estaba en el camino correcto. Llené el depósito de combustible hasta más no poder, por el temor a quedarme aislado en el fin del mundo. 

 

Hasta el apetito perdí. Cuando vi el letrero de que ingresaba a territorio de Kansas me animé. Debía llegar primero a una ciudad que se llama Garden City. Cuando arribé, nueve horas después, lo primero que hice fue buscar un lugar con wi-fi (Burger King era la única opción). Escribí un e-mail muy corto a la familia que me hospedaba en Oklahoma, estado donde yo había sido admitido como  student visitor en una Universidad: "I'm still standing".

 

Después de comer, busqué hospedaje en Garden City y me di un baño porque estaba totalmente lleno de polvo. Tomé la ruta final hacia Holcomb cuando anochecía, un viaje no más de 30 minutos manejando. Imposible hospedarse en Holcomb… No hay dónde…

 

Pregunté en el único restaurante cómo llegar a la casa de la familia Clutter, pero la camarera me vio con una cara extraña. Recibí unas instrucciones de lo más confusas (o tal vez el inglés aquel, con un acento tan extraño, no pude entenderlo completamente). 

 

Era de noche, no había ni un alma en ese pueblo donde viven 2 000 personas… Y me perdí entre tantas haciendas buscando el lugar exacto de aquella tragedia: la granja River Valley. 

 

"No he leído A sangre fría" 

 

William Clutter era considerado por aquel tiempo el segundo hombre más rico de la región. No sé cómo los dos asesinos llegaron la noche del 15 de noviembre de 1959 con tanta facilidad al hogar de Herbert William Clutter, su esposa Bonnie y sus hijos Nancy y Kenyon, de 16 y 15 años. En mi primera búsqueda no tuve éxito. Volví al centro del pueblo y entré en la única panadería, administrada por una pareja mexicana y sus dos hijos. La hija mayor me explicó en detalle cómo encontrar la granja. También me contó que los pocos jóvenes del pueblo peregrinan, velas encendidas en mano, cada noche del 31 de octubre hasta allí, porque creen que está maldita. 

 

"Yo nunca he leído 'A Sangre Fría'. Y casi nadie acá, al menos no mis compañeros del colegio. Pero todos sabemos lo que ocurrió. Es una historia de la que no nos gusta hablar, tan solo lo hacemos el 31 de octubre".

Al día siguiente pude volver a Holcomb. Había un sol perfecto, que hacía ver el lugar muy hermoso: una estación de tren de carga, árboles gigantes con hojas multicolores, muchas vacas en los campos y una torre blanca alta, muy alta, con el nombre del poblado. 

 

En el parque principal había una placa en honor a la familia asesinada. Te paras frente a ella, lees cada detalle, y piensas en lo duro del hecho, hace  55 años. Me volví a perder, pero encontré la entrada a la granja. Unos árboles gigantes forman un camino de ensueño y dan sombra al visitante. Hay un anuncio que reza "Stop. Private property. No pass". No había timbre ni nada. Decidí entrar. A fin de cuentas, para eso había viajado cientos de kilómetros. La casa, amarilla, preciosa, tal como la describió Capote. Estaba alejada del mundo real; estar ahí era como vivir en un universo paralelo, donde se escucha el viento y un trinar permanente de pájaros. 

 

Toqué la puerta. Nadie atendía. Grité: "Hellooooooo". Tampoco hubo respuesta. Luego escuché el sonido de una camioneta. De ella bajó un hombre alto, robusto, con gorra y barba de semanas. Un rubio desaliñado con el ceño fruncido. Me dijo en un inglés tosco que quitara mi auto de su césped. Después me preguntó qué carajo hacía yo en su casa. Le respondí que era periodista, que venía desde América Latina, que quería conocer el lugar. 

 

Me gritó que no le hable de Capote, que suficiente tiene con su propia tragedia de ver turistas llegando cada cierto tiempo "como si esto fuera un museo". Me ordenó: "get out of here, immediately". Yo, con una cara de asombro y pánico, solo le respondí que lo sentía, que no era mi intención causar molestias. Que me permitiera hacer un par de fotos y me marcharía enseguida. Él asintió y entró a aquella casita que parece sacada de un cuento de hadas. Esa granja lleva en venta décadas, y nadie la quiere comprar. 

 

Hay lugares que te marcan, te condicionan. Vivir con el recuerdo de una masacre no debe ser fácil. Salí de Holcomb impactado, e inmediatamente conduje hasta el cementerio. Allí, un señor muy amable, me llevó hasta las tumbas de Herbert, Bonnie, Nancy y Kenyon. Descasan en paz juntos. "Ha venido gente de todo el mundo. Son nuestros muertos más ilustres. No he leído esa novela, pero quienes vienen solo hablan de ella. Además, yo no soy de leer mucho, solo terminé la escuela".

 

 

Este texto está clasificado como un ESPACIO de OPINIÓN. 

 

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