11 abr 2025 , 14:10

El Boliche es un rincón del páramo donde el agua, los cóndores y los senderos se encuentran

Entre pajonales, bosques milenarios y senderos escondidos, El Boliche resguarda vida silvestre, agua y paisajes únicos del páramo andino.

   

El viento sacude los pajonales dorados del Área Nacional de Recreación El Boliche. Se extienden como una alfombra en las colinas de Mulaló, en la cordillera Oriental. A 3 700 metros de altura, con ráfagas que alcanzan los 70 kilómetros por hora, el paisaje se muestra indómito y majestuoso.

Este espacio protegido de 400 hectáreas marca el límite entre Cotopaxi y Pichincha. Con una temperatura promedio de 3 grados centígrados, ofrece condiciones ideales para el vuelo del cóndor andino.

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El cerro Zunfana es la zona más elevada del área. Se extiende por 120 hectáreas cubiertas de pajonales cuya raíz penetra hasta tres metros bajo tierra. Estas plantas cumplen un rol esencial: conservan el suelo y almacenan el agua.

Cinco kilómetros al sur, el paisaje cambia. Comienza la zona de Morasacha, con un bosque de pinos introducidos en 1928 que cubre 46 hectáreas. Sus troncos oscuros, de hasta tres metros de ancho y 40 de alto, se alzan como columnas antiguas en un ecosistema único: un bosque siempre verde montano alto atravesado por tres senderos.

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El primero es Romerillos. En esta ruta, la lluvia suele acompañar a los visitantes. Entre los saucos, el agua cae en hilos finos que, al tocar las hojas, liberan una fragancia cítrica que se mezcla con el aroma a tierra mojada.

Los helechos crecen como abanicos de hasta dos metros de alto. A sus pies, tréboles verdes forman una alfombra que se intercala con una variedad poco común: el trébol rojizo, cuya flor pomposa añade una nota vibrante al camino. Junto a él, la bomarea despliega tonos naranjas y amarillos.

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A 300 metros, el sendero cambia. Tramos con troncos acomodados como escalones naturales facilitan el ascenso. Ocho guardaparques del Ministerio del Ambiente recorren este bosque cada día para evitar la tala, la cacería y controlar el flujo de los 32 000 visitantes anuales.

Tres kilómetros más adelante, los pinos se funden con un bosque de polylepis racimosos. Sus ramas retorcidas forman túneles naturales que cubren tres hectáreas. En el camino se avistan mirlos, quilicos, huarros y al menos otras 30 especies de aves.

Más adelante, el trayecto conecta con el sendero Zorrillo, más amplio y flanqueado por cerca de 500 árboles de pumamaqui y pino. Esta ruta es territorio del lobo andino, que ronda en silencio entre las sombras del bosque.

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Entre las copas, se asoma la silueta del Cotopaxi. Es la señal de que comienza el último sendero: Quishuar. Lleva su nombre por los mil árboles que lo rodean, con troncos retorcidos y cortezas rugosas.

Dos llamas cruzan el camino. Su lana, espesa y de hasta cinco centímetros de grosor, es una adaptación perfecta al frío del páramo. En este tramo también habitan osos andinos, cervicabras y venados, aunque su presencia suele ser esquiva entre los troncos de quishuar.

En total, se han censado diez especies de mamíferos. Entre el follaje, un águila se eleva. A lo lejos, el Cotopaxi se impone entre las nubes, a 56 kilómetros de distancia.

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El Boliche es también un tesoro hídrico. Cada segundo, cinco litros de agua se filtran desde los pajonales hacia dos riachuelos que abastecen a 3 000 habitantes de tres comunidades. El excedente fluye hacia los ríos Cutuchi y San Pedro.

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“Y los pajonales que a la vez sirven de cobertura... Una de las plantas principales como son la almohadilla, la orejuela, una variedad de orejuelas, esas le compactan y almacenan el agua”, explica Marco Plazarte, guardaparque de El Boliche.

Desde 1979, El Boliche es un área protegida. Conserva al menos 120 especies de plantas arbustivas y herbáceas. En sus páramos y bosques se ha forjado un equilibrio tan silencioso como vital. Uno que se siente, paso a paso, en cada sendero.

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