Fue levantado a pura fuerza por obreros locales y hoy es un símbolo de historia, identidad y esfuerzo colectivo.
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El faro del Cerro Santa Ana ( )
El faro del cerro Santa Ana cumple 23 años iluminando a Guayaquil, pero no solo proyecta luz: también refleja la identidad y el esfuerzo de toda una comunidad.
Aunque muchos creen que ha estado allí desde siempre, pero no, es una representación simbólica del pasado marítimo de Guayaquil y en homenaje a la defensa del río durante los ataques piratas.
Hace poco más de dos décadas, en ese mismo punto donde hoy ondean banderas y desfilan turistas, no existía ni faro, ni escalinatas, ni barandas. Este faro fue construido en el año 2002 en honor al primer faro de la República del Ecuador, levantado en 1841 en el golfo de Guayaquil.
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El proceso de construcción duró apenas tres meses, pero fue todo un desafío. Los materiales como bloques, cemento, acero fueron subidos a brazo limpio por obreros locales, a pura fuerza. El proyecto fue impulsado por la Fundación Guayaquil Siglo 21 y entregado oficialmente el 31 de julio de 2002, con una inversión de USD 100 mil.
El ingeniero civil José María Fuentes Cabezas, guayaquileño encargado de la obra, relató que uno de los mayores retos fue excavar para cimentar el faro. “A un metro veinte nos encontramos con Roca Sul, la más dura que existe. Tuvimos que usar compresores con puntas de acero y los extremos el diamante. Cada ocho horas rotábamos para poder avanzar. Los moradores se sumaron desde el primer día, ofrecieron sus servicios y colaboración”, comentó.
Hoy, más que una estructura de concreto, el faro es en un símbolo que guía a locales y turistas por la historia, la cultura y el alma misma de la ciudad.
Durante la cobertura de este aniversario llegaron visitantes de Perú, España y Estados Unidos. “Está en todos los programas de turismo. Si buscas qué visitar en Guayaquil, siempre aparece el faro y la capilla. Es tan visible que te atrae de inmediato”, señaló un turista extranjero.
Naomi Marrufo, visitante internacional, también compartió su experiencia: “Estábamos en el malecón y desde allí parecía muy lejos, pero la verdad ha sido muy lindo. Los colores, y para subir también es todo una experiencias, ya que hay muchas casa bonitas”.
Una obra que no solo transformó el paisaje urbano, se convirtió también en un ícono de Guayaquil.
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