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Hace mucho tiempo, más de una década, que este personaje dejó el periodismo. Sentarse frente a una cámara de un celular o un computador; más o menos improvisar un encuadre no es precisamente un trabajo profesional.
Mucho menos, que su libreto tenga como único objetivo lavarle la cara a su mecenas político, Rafael Correa, a costa incluso de haber contribuido a la destrucción pública de su propio hermano, el expresidente Guillermo Lasso.
Xavier Lasso no puede venir y hablar hoy de cómo se realiza hoy un reportaje o una investigación, de la elemental contrastación de fuentes o de lo complicado que es sostener financieramente a un medio tradicional o digital, por los cambios que la publicidad ha experimentado a cuenta de la innovación digital.
Este señor, por muchos años, ha tenido una ventana digital patrocinada por la Revolución Ciudadana. Ha hecho decenas de entrevistas a Correa y sus allegados, sin jamás despeinarse con una sola crítica en su contra, por más constructiva que esta parezca. Eso no es periodismo, eso es servilismo.
Y como la lealtad en este tipo de organizaciones tiene altas recompensas, desde mayo será asambleísta nacional, con un buen sueldo y todo el boato que le pagará el Estado para que, desde una curul, quiera enseñarnos a miles de periodistas cómo debemos hacer nuestro trabajo.
Para ello, no hay mejor argumento que hablar de una nueva ley mordaza que silencie y atemorice al periodismo independiente. Es el Carlos Ochoa de los nuevos tiempos. La Supercom 2.0.
Xavier Lasso encarna hoy lo más oscuro de una organización política que, en lugar de mirar hacia adelante, darse un baño de democracia, aprender de sus errores imperdonables y ofrecerle al país un cambio, busca volver al pasado; a la inquisición que pretendieron montar para que la prensa no investigue ni fiscalice al poder público.
¿Lo conseguirán si es que llegan a Carondelet? Quién sabe, a lo mejor sí, porque votos y ganas en la Asamblea no les faltará.
Lo más triste de esto es que por redes sociales se ha regado una suerte de euforia entre cientos de activistas y juristas ‘progres’ que aplauden desde la ingenuidad y la demencia cómplice, la unión entre Correa y el movimiento indígena para llegar al poder e impulsar un supuesto modelo alternativo.
Claro, evitan hablar de estas cosas. Del deseo voraz que tiene buena parte del correísmo por limpiar sus expedientes y condenas. Y que, para lograrlo, hay que silenciar a la prensa con una Ley de Comunicación como la que plantea Xavier Lasso. Ojalá la candidata Luisa González, quien ha dicho que también le interesa regular las redes sociales, recapacite y en la campaña se comprometa a que la Ley de Medios siga en el basurero de la historia.
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