La sociedad colombiana y buena parte de los círculos rojos de América Latina se han acostumbrado a ver al presidente Gustavo Petro convertido en un meme. Los desatinos de su gestión son piezas humorísticas inagotables, como por ejemplo, la pelea por X con Donald Trump, a raíz de las deportaciones y el inicio de una guerra comercial pasmada en pocas horas, en otras razones, por la gestión de Álvaro Uribe.
El pasado martes 4 de febrero, por la noche, los colombianos siguieron en vivo, la reunión del Consejo de Ministros que Petro ordenó transmitir por televisión. Aquel experimento de “transparencia pública” quedará en la historia como uno de los episodios más bochornosos de la política de ese país.
No solo fueron las perlas absurdas que lanzó Petro, como decir que el whisky es más nocivo que la cocaína o hacer toda reflexión desubicada sobre el sexo y el amor como el principal motor de los mamíferos.
Esa reunión de gabinete fue particularmente vergonzosa, además, porque Petro reprendió a sus ministros por la pésima gestión de su gobierno, reconociendo que de 195 compromisos que se hicieron al asumir el poder solo se han cumplido 45.
Luego vinieron las acusaciones y reproches de todo el equipo, algo solo comparable con la escena más tensa de Betty la Fea, cuando se constató la quiebra de Ecomoda.
La vicepresidenta Francia Márquez puso sal en la herida, cuando dijo que el Gobierno iba hacia el barranco debido a la presencia de dos personajes muy oscuros que influyen en Petro: el jefe de gabinete, Armando Benedetti, y la canciller Laura Sarabia.
Ambos ya fueron noticia a inicios del gobierno por un espinoso escándalo de interceptaciones telefónicas y denuncias de corrupción, cuyos centros de operación eran, ni más ni menos, el despacho de Sarabia, secretaria del Presidente, y la Embajada de Colombia en Caracas, a cargo de Benedetti.
Es aquí donde surge lo preocupante, porque mientras buena parte del equipo de ministros exige la salida de estos funcionarios, Petro insiste en defenderlos. Es más, el Presidente señaló que la presencia de Benedetti es indispensable “porque es un loco” y porque la locura –dijo- es necesaria para hacer la revolución.
Mientras Petro pronunciaba estas frases, con su mano derecha movía los dedos, en claro símbolo de dinero.
Es una lástima que los memes y la sátira hayan evitado que los colombianos y sus políticos aten cabos y sean más perceptivos con lo que ocurre.
Lo de fondo es sumamente grave, porque tiene que ver con el desate de la guerra interna en la región del Catatumbo, en la frontera de ese país con Venezuela, donde se libra un aterrador proceso de violencia en el que participan la guerrilla del ELN, que rompió los diálogos de paz, los grupos narcotraficantes, el ejército colombiano, menguado como está, y las fuerzas bolivarianas de Nicolás Maduro.
Hay analistas en Colombia que se atreven a señalar que el sainete del Consejo de Ministros es un distractor delirante para que la sociedad ponga en segundo plano la crisis en el Catatumbo, que además de su componente de violencia, puede convertirse en un laboratorio político para que esta izquierda radical, financiada por el narco y la dictadura pestilente de Maduro, cree un estallido social de proporciones que debilite la democracia a puertas de las elecciones generales de 2026.
De otra manera, no se explica cómo Petro, a riesgo de romper con el progresismo colombiano, cierre filas a favor de Sarabia y Benedetti. Por eso se ha sentido, en los últimos días, que mientras a Bogotá no le interesa cuidar las formas con EE.UU., el socio comercial y de seguridad más importante que ese país ha tenido en su historia, se haya olvidado de las críticas a Maduro y la usurpación del poder.
Si resulta cierto lo que dicen esos analistas, en el sentido de que el aparente desbarajuste de la administración Petro es solo un eslabón para debilitar las instituciones de ese Estado, ejemplares en América del Sur, lo peor estaría por venir.
Es decir: que el epicentro de la guerra entre la democracia y los autoritarismos de izquierda haya pasado de Cuba, Nicaragua y Venezuela para afincarse en Colombia, con todos los riesgos geopolíticos que aquello supondría.
Petro, en su reunión de ministros, hizo algunas reflexiones románticas sobre su paso y el de varios de sus colaboradores por el M-19, durante los violentos años 80.
Ecuador, a puertas de unas elecciones, debe estar muy atento de lo que ocurre allende sus fronteras.
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