Dos imágenes potentes marcaron la ceremonia de posesión del presidente Daniel Noboa, el sábado 24 de mayo. Una positiva, la renovación de buena parte de la clase política que hoy dirige el país. Los puños en alto, en señal de victoria, de Niels Olsen, el mandatario y María José Pinto, recorrieron el mundo. La negativa: que el mundo no estuvo representado en Quito, en ese acto trascendental para el nuevo ciclo que el Gobierno dice haber comenzado.
Que solo dos presidentes hayan venido: Dina Boluarte (Perú) y Gustavo Petro (Colombia) es un síntoma de que la política exterior necesita un replanteamiento urgente. Hacen falta más explicaciones de fondo para entender por qué Gabriel Boric no asistió, tomando en cuenta la histórica hermandad entre Chile y Ecuador, además de la buena impresión que Noboa ha dicho tener de su homólogo. Los dos, los presidentes más jóvenes de la región.
Lo mismo se puede decir de la ausencia de Luis Abinader, mandatario de la República Dominicana, un país igual de cercano en términos políticos desde inicios de siglo, cuando Hipólito Mejía concedió asilo político a Gustavo Noboa en 2003. Así también, la habilidad de Leonel Fernández para destrabar el conflicto entre Rafael Correa y Álvaro Uribe, en 2008, tras el bombardeo de Angostura.
El actual presidente, Abinader además tuvo cercanía con Guillermo Lasso, así como los últimos mandatarios de Paraguay: críticos con el socialismo del Siglo XXI y muy solidarios con la lucha que Ecuador ha librado en ese sentido.
Pero Santiago Peña tampoco acompañó a Noboa, como no lo hicieron el argentino Javier Milei ni el salvadoreño Nayib Bukele, ambos considerados como los faros de la derecha regional. En palabras del propio Robert Kennedy Jr., secretario de Salud de Donald Trump, ellos junto a Noboa son los principales aliados de la Casa Blanca.
Pese a toda esa retórica buenista, no llegaron a Quito dejando al gobierno de Noboa en una orfandad que preocupa. Lo mismo ocurrió en la cita de Cuenca, en noviembre pasado, cuando ningún presidente acompañó a Noboa en la Cumbre Iberoamericana.
Muchos alegarán problemas de agenda que, a estas alturas de lo que Noboa representa en Ecuador, como un líder de altísima votación popular y enormes expectativas ciudadanas, resulta inaceptable. Se conoce que muchos mandatarios se guían por las duras recomendaciones de instancias como la DEA que hablan de los graves riesgos de seguridad que se corren en el país, cosa totalmente desproporcionada, por cierto, en el caso de Quito.
Por lo tanto, no cabe que el Gobierno ni la opinión pública pasen por alto el mensaje de la comunidad internacional. ¿Acaso, Ecuador es un país de segunda? Sería muy triste tener esa impresión, más aún cuando en otros momentos como la posesión de Rodrigo Borja en 1988; la de Jamil Mahuad en 1998 o la de Rafael Correa en 2007, sus ceremonias se engalanaron con la llegada de presidentes todo el mundo y de todas las tendencias.
La política exterior de Noboa tiene que trabajar porque la reputación nacional mejore en ese sentido, quizá imprimiendo mensajes más alentadores sobre lo que Ecuador puede ofrecer y menos tétricos sobre lo que todo el país se ha empecinado en mostrar, con la agenda política del Gobierno en primera instancia: una sociedad tiranizada por los narcos.
Aunque política e incluso jurídicamente la toma de la Embajada de México en Quito se lea como una medida radical, pero necesaria para evitar que la impunidad del correísmo avanzara campante, hay un trabajo diplomático por hacer para contrarrestar la mala fama que el gobierno de ese país, liderado por AMLO y ahora por Claudia Sheinbaum, da a Ecuador.
Si Noboa, Gabriela Sommerfeld o el canciller que venga no es capaz de tener una estrategia más ágil que la del Grupo de Puebla para reivindicar las potencialidades de Ecuador, difícilmente se superará este aislamiento que la presencia de Kennedy Jr. y sus lecturas propositivas evitan determinar. Hubiera sido un éxito que no solo el Secretario de Salud acompañara a Noboa en el momento más importante de su vida política, sino el secretario de Estado, Marco Rubio, o el vicepresidente J. D. Vance. Solo así se entendería que en la mitad del mundo hay algo por lo que interesarse. La tarea de Noboa, de mostrar una idea, un proyecto o un desafío que atraiga inversión e interés cultural es inmensa. No puede perder tiempo.
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