No hay un solo indicador con el cual sentirse reconfortado. Solo tres de cada 10 ecuatorianos tienen un trabajo adecuado y formal. El subempleo creció tres puntos y afecta a la cuarta parte de toda la población económicamente activa.
Y aunque puede sorprender que Ecuador tenga la tasa más alta de emprendimiento de la región, también es el país donde más fracasan estas ideas. Quizá porque a cualquier actividad que permita a los jóvenes o cabezas de familia rebuscarse la vida se la maquilla con ese eufemismo.
Los políticos, sagaces al identificar tragedias sociales y sacarlas provecho, plantean alivios, refinanciamiento y condonación de las deudas de los préstamos educativos, porque los profesionales no encuentran trabajo.
Mientras crecen los índices de informalidad, desempleo y despidos intempestivos, el desfinanciamiento de la seguridad social avanza a una rapidez incontrolable. En menos de un lustro, el IESS podría colapsar.
Todo este diagnóstico es aterrador; pero mucho más es la parsimonia con la que la sociedad en general: políticos, gobernantes, empresarios, gremios, academia, colegios profesionales y ciudadanos, miran el problema.
A nadie se le ocurre bajar las armas, sus radicalismos y pedir un diálogo nacional donde se plante cara al problema más grave del país.
Lo es porque si se triplicara el número de empleados formales, la pirámide de aportes al IESS lo haría en la misma proporción. El fondo de pensiones no estaría a punto de agotarse, además habría más plata para mejorar el servicio de salud.
Con más fuentes de trabajo no sería necesario migrar a EE.UU. a como dé lugar y generar tantos problemas sociales internos. Las familias donde las cabezas de hogar cuentan con empleos estables, construyen hogares felices y los niños crecen en mejores condiciones, evitando que el crimen organizado los coopte porque en ciudades como Durán son la única certeza. La inseguridad, por tanto, tendría menos impacto.
La gente que trabaja consume más y el Estado recauda más impuestos y así se mejoran los servicios públicos. Si hay un boom de empleo, la formación técnica y profesional también se disparará, por lo tanto, las competencias del trabajador local se pondrían a tono con la demanda mundial.
Es una lástima que nadie piense en este círculo virtuoso y que la única causa de los sindicalistas ecuatorianos, en su mayoría empleados de las ineficientes instituciones públicas, sea oponerse a los cambios de la jubilación patronal, que solo llega al cuatro por ciento de la población, en lugar de aceptar que las formas rígidas de contratación desalientan el empleo porque hoy este concepto es totalmente distinto al de épocas pasadas.
Bueno fuera que en lugar de estar hablando de la Asamblea Constituyente, en el país se piense construir un gran consenso nacional por el trabajo digno, de calidad y productivo. De lo contrario, no habrá salida.
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