El Papa que amaba el fútbol: una visión que trasciende la religión
Francisco llamó a recuperar la esencia del fútbol: anteponer lo colectivo al interés individual, competir sin odiar, y celebrar sin humillar. Debemos seguir ese legado.
- Aficionados del Olympique de Marsella con una enorme pancarta del Papa Francisco a su llegada para celebrar la misa en el estadio Velódromo, el 23 de septiembre de 2023.( )
El papa más futbolero de la historia ha muerto, pero su legado debe continuar; católicos o no, nadie puede dejar de reconocer la influencia de Francisco en el mundo y su lucha por la paz, con el fútbol como una de tantas vías en busca de este propósito.
Hoy, tras su fallecimiento, su legado nos deja muchas enseñanzas, también en el ámbito deportivo. Durante su pontificado, el papa Francisco nunca disimuló su pasión por el fútbol, al que se refería como “el deporte más hermoso del mundo”, en el cual veía no solo entretenimiento, sino un instrumento de paz, educación y valores.
Francisco fue un líder espiritual con una mirada terrenal. Amó el fútbol desde niño, aunque, como él mismo admitía con humor, no era particularmente hábil con la pelota: “Siempre me ponían de portero porque jugaba mal. Me decían que tenía los dos pies en el mismo zapato”.
Pero entendía, como pocos, que el fútbol es mucho más que un deporte. En su visión, el balompié es un reflejo de la sociedad y, como tal, debía ser una herramienta para el encuentro, no para la división.
El papa argentino no solo habló de fútbol, lo vivió. Conservó con cariño su membresía al club San Lorenzo de Almagro, compartió conversaciones con figuras como Messi, Maradona, Ronaldinho Ibrahimovic o Buffon, recibió balones y camisetas de todo el mundo, y hasta celebró misas en estadios colmados de fieles y fanáticos.
A muchos les sorprendía ver a un papa tan conectado con el deporte, pero esa fue precisamente una de sus fortalezas: supo encontrar en lo cotidiano —como un partido de fútbol— una excusa para hablar de cosas profundas, como la paz, el respeto o la solidaridad.

En tiempos donde el fútbol se ve manchado por la corrupción, la violencia y el fanatismo, es difícil imaginar una voz más oportuna que la del Papa Francisco.
Él no ignoraba los problemas del deporte rey; por el contrario, los confrontaba con la serenidad del que cree que el cambio es posible. Su crítica no era destructiva, sino una invitación a recuperar la esencia del juego: anteponer lo colectivo al interés individual, competir sin odiar, y celebrar sin humillar.
En 2014, promovió un "partido interreligioso por la paz" en Roma, en un momento donde las divisiones del mundo parecían más profundas que nunca. Y en 2019, reiteró su creencia de que el fútbol puede ayudar a forjar mejores personas, siempre que sus protagonistas —jugadores, dirigentes, aficionados— recuerden tres palabras: lealtad, respeto, altruismo.
Más allá de las creencias religiosas, el mensaje de Francisco encuentra eco en cualquier hincha que entienda que el fútbol puede —y debe— ser una fuerza positiva.
Hoy que el mundo lo despide, quizás sea un buen momento para recordarlo no solo por sus gestos pastorales, sino por su forma tan humana y auténtica de hablar del deporte.
En la cancha de la vida, el Papa jugó con convicción, humildad y pasión. Y eso, incluso para los que no comparten su fe católica, merece todo respeto.
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