Lo que está sucediendo en España con Ricardo De Burgos Bengoechea debería encender las alarmas del mundo entero que dice disfrutar de este deporte.
- El árbitro español Pablo González Fuertes (d) consolando a su compañero Ricardo De Burgos Bengoechea durante una rueda de prensa previa a la final de la Copa del Rey.( )
Hay conmoción en España antes de la final de la Copa del Rey, pero esto no es nada nuevo, lamentablemente. En la pasión desbordante del fútbol, a veces olvidamos que sus protagonistas no son personajes de videojuego, sino seres humanos con familias, emociones y límites. Jugadores, técnicos, hinchas, directivos y sí, también los árbitros. Todos sienten. Todos sufren.
Lo que está sucediendo en España con Ricardo De Burgos Bengoechea debería encender las alarmas del mundo entero que dice disfrutar de este deporte.
De Burgos, árbitro designado para pitar la final de Copa del Rey entre Barcelona y Real Madrid, rompió en llanto durante una rueda de prensa. No por una decisión polémica ni por un error en la cancha, sino por el precio personal que está pagando por ejercer su labor con profesionalismo.
La televisión oficial del Real Madrid, como ya es costumbre, publicó una recopilación de errores arbitrales que supuestamente lo perjudicaron en el pasado. Y ese material no quedó solo como parte de un debate futbolero; llegó al patio del colegio de su hijo, donde un grupo de niños le gritó que su padre era un ladrón.
Ahí es cuando todo cambia. Cuando una camiseta o una ideología deportiva se transforma en una piedra. Cuando una narrativa de “víctima” o “perseguido”, como la que intenta posicionar el Real Madrid y su prensa, se convierte en una herramienta de odio.
Cuando un árbitro, que apenas tiene segundos para decidir en un juego que mueve millones, termina convirtiéndose en el blanco más débil de un ataque sistemático, como pasa en Madrid, hay que encender las alarmas. Y lo peor: el señalado no tiene derecho a defenderse, porque si lo hace, lo acusan de no ser imparcial.

En tiempos de redes sociales y cámaras que todo lo amplifican, el poder de ciertos clubes es abrumador. La televisión de un equipo no puede ser un órgano de persecución y debería ser sancionada con todo rigor.
La prensa del Real Madrid no tiene derecho a actuar como fiscal y juez, menos aún cuando su contenido termina alimentando la toxicidad de hinchas anónimos que insultan, amenazan y deshumanizan sin ningún tipo de filtro. Lo que para muchos es entretenimiento, para otros es trauma. Y eso no es fútbol.
Hansi Flick, entrenador del Barcelona, lo dijo con claridad: esto es solo un deporte. Y como tal, debe regirse por el respeto, empatía y protección de quienes lo hacen posible. Sin árbitros, no hay fútbol. Y si los seguimos empujando hacia el abismo, llegará un día en que nadie quiera asumir ese rol.
El fútbol necesita una autocrítica profunda. No solo en España, sino en todo el planeta. No podemos seguir normalizando la deshumanización de quienes se equivocan. No podemos reducir a los árbitros a marionetas sin voz ni rostro.
Necesitamos justicia deportiva, sí, pero también necesitamos justicia emocional. No se puede pitar con miedo. No se puede vivir con miedo por pitar.
Ojalá que esta final no sea solo un gran partido. Ojalá sea también el inicio de una reflexión urgente: en el fútbol, como en la vida, no todo vale. Y si no protegemos a quienes lo sostienen desde la neutralidad, estaremos perdiendo mucho más que un deporte.
Recomendadas