Maicol Valencia, símbolo de un país acorralado por la violencia

El asesinato del futbolista Maicol Valencia en Manta refleja que la violencia en Ecuador no distingue escenarios: ni siquiera el fútbol escapa al narcoterrorismo que golpea al país.
El fútbolista Maicol Valencia, víctima colateral de un asesinato múltiple en Manta.
11 sep 2025 , 12:14
Marco Carrasco

La violencia en Ecuador no discrimina. Esta vez tocó al fútbol, con el asesinato de Maicol Valencia, jugador de 25 años del club Exapromo Costa FC, en un hostal de Manta. Su crimen no es un hecho aislado, sino otro capítulo en un país que acumula masacres, muertes violentas y una sensación de indefensión generalizada.

La tragedia golpea al deporte, pero refleja una realidad mucho más amplia: los futbolistas, como cualquier ciudadano, son rehenes de la inseguridad que atraviesa Ecuador.

Lo ocurrido en Manabí es un recordatorio doloroso de que el balón no flota en una burbuja, y que ni siquiera el deporte —espacio de sueños, disciplina y oportunidades— escapa al embate del narcoterrorismo.

UN PAÍS EN CIFRAS ROJAS

Los números hablan por sí solos. Solo en el primer semestre de 2025, Ecuador registró 4.621 homicidios, el período más violento de su historia. En Manabí, donde ocurrió el ataque contra Valencia, la cifra es aún más alarmante: 362 muertes violentas en lo que va del año, con al menos 15 masacres documentadas.

Esta provincia se ha convertido en un epicentro del crimen organizado, con escenas de horror que van desde ataques a galleras hasta cuerpos enterrados en fosas clandestinas.

En este contexto, un futbolista fue asesinado solo horas después de que fue presentado como refuerzo de su club. Un joven que se preparaba para debutar en el torneo de ascenso se convirtió en víctima colateral de un asesinato múltiple en un país que ha normalizado el sonido de las balas.

FÚTBOL BAJO AMENAZA

El caso de Valencia no es aislado dentro del balompié ecuatoriano. En 2024, jugadores de Chacaritas FC fueron amenazados por grupos armados vinculados a las apuestas ilegales, y en 2022 futbolistas de Insutec sufrieron intimidaciones con armas en pleno estadio de Los Ríos.

Ni qué decir de casos donde los propios jugadores o sus familiares han sido víctimas de extorsiones o secuestros. Así, poco a poco, la violencia cruza la línea de cal y ya pisa con fuerza el césped.

¿Y EL PAÍS?

El Gobierno, consciente del desborde, ha anunciado una nueva fase de la “guerra contra el narcoterrorismo” en nueve provincias, incluida Manabí. Habla de control territorial, operaciones especiales y fortalecimiento de la inteligencia. Sin embargo, las promesas de seguridad se repiten con cada masacre y el ciudadano común sigue esperando resultados concretos.

La muerte de Valencia debería encender alarmas más allá del fútbol. No se trata solo de proteger a los jugadores, sino de rescatar al país entero de la violencia que lo asfixia.

El asesinato de un futbolista en vísperas de su debut no debería quedar reducido a una estadística más. Es la evidencia de que en Ecuador nadie está a salvo y de que el Estado tiene el deber impostergable de recuperar el control.

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