Nuestro fútbol, rehén del miedo
El atentado contra Bryan Angulo, jugador de Liga de Portoviejo, no es un hecho aislado. Es una nueva señal de alarma —otra más— en un fútbol ecuatoriano que se desangra entre amenazas, extorsiones y una red de apuestas ilegales que parece ganar terreno mientras las investigaciones apenas avanzan.
Angulo, conocido como el ‘Cuco’, fue atacado este jueves en Manabí y, por fortuna, se encuentra estable. Pero su caso revive el temor de una realidad que muchos prefieren no ver: el crimen organizado ha puesto sus fichas en el tablero del fútbol ecuatoriano, donde el resultado de un partido ya no siempre se define dentro de la cancha.
Liga de Portoviejo denunció públicamente que varios de sus jugadores han sido amenazados para influir en el marcador del encuentro ante Búhos ULVR por el Ascenso Nacional, una serie que ya estaba manchada por la polémica de un “gol fantasma”.
El club pidió garantías a la FEF, a la Asociación de Fútbol de Manabí y a las autoridades, pero lo cierto es que hoy el fútbol ecuatoriano necesita algo más que comunicados y llamados a la calma: necesita protección real y acción efectiva.
No es la primera vez que ocurre. En los últimos meses, varios futbolistas han sido víctimas de atentados, y algunos —como Jonathan ‘Speedy’ González— han perdido la vida en circunstancias que apuntan a la misma raíz: el dinero sucio que se mueve detrás de las apuestas deportivas ilegales.
Este sistema, alimentado por apuestas digitales sin control, busca manipular resultados, condicionar rendimientos y comprar voluntades en los torneos donde menos vigilancia existe, como el Ascenso Nacional o la Serie B o en clubes donde la crisis económica mantiene en vilo a sus jugadores, como es el caso de El Nacional, donde dos jugadores fueron presionados para perder partidos.
El problema no es solo policial, es estructural. La Federación Ecuatoriana de Fútbol, la LigaPro, los clubes y las autoridades locales no pueden seguir actuando como si se tratara de casos aislados. Lo que estamos viendo es una degradación peligrosa del entorno deportivo, donde los jugadores ya no temen perder un partido, sino perder la vida.
El fútbol, ese espacio que debería unir y emocionar, se ha convertido para muchos en un riesgo. Y mientras las investigaciones se dilatan entre fiscalías y comunicados, las redes que mueven las apuestas ilegales siguen operando con impunidad.
El atentado contra Bryan Angulo no solo hiere a un futbolista. Hiére, una vez más, la credibilidad de todo un deporte.