18 jun 2025 , 10:39

Lo que queda de Jorge Glas

   

Imposible no inquietarse con la imagen que ahora proyecta el exvicepresidente de la República. Jorge Glas todavía no cumple 56 años y ya parece un anciano.

Arrastra los pies cuando camina y la chaqueta del traje no disimula su espalda enjuta. Luce tan debilitado por el pelo cano que le ha salido, más por su vida tormentosa que por sus genes, y por su mirada amortiguada, propia de quienes toman antidepresivos y ansiolíticos.

Si no se tratara de Glas o de un político correísta, seguramente el personaje que estos últimos días se ha mostrado ante las cámaras de televisión conmovería al punto de suscitar empatía.

Pero no. Fue el segundo hombre fuerte del largo gobierno de la revolución ciudadana que aún debe rendir cuentas por la corrupción que ese grupo instaló a costa del control de todas las entidades públicas y que, para su propia desgracia, fue el gran operador, creyendo que algún día iba a sentarse en el sillón de Carondelet. Lenín Moreno insiste que hubo una receta oscura de conspiraciones y asechanzas que se quemó en la puerta del horno.

En adelante, Jorge Glas fue el único que pagó, al punto del ensañamiento, todos los excesos del correísmo. Porque mientras se le acumulan los juicios y los años de prisión, casi todos sus compañeros de gobierno, prófugos o no, tienen su vida fuera de una celda, donde es perfectamente posible que la mente se turbe, se despierte una angustia incontrolable y hasta se piense en el suicidio como una mejor alternativa.

¿Cabe sacar lecciones del doloroso momento por el que vive un ser humano como Glas? Por supuesto que sí.

Una de ellas es que el poder absoluto corrompe absolutamente; y que por más absoluto que sea ese poder, algún día se termina.

No se puede abusar de las instituciones por más débiles y maleables que sean y menos usarlas para perseguir a los adversarios: quienes, desde la legítima oposición, el activismo o el periodismo, en su momento, exigen cuentas y transparencia por el uso de recursos públicos que cuestan y duelen al país.

Detrás de la millonaria y desprolija construcción del Coca Codo Sinclair y sus sobreprecios, así como de la dolorosa reconstrucción de Manabí, donde según la Fiscalía se mal usaron y robaron 225 millones de dólares, está el rostro de Jorge Glas y una maquinaria estatal que por varios años hizo todo lo que estaba a su alcance para blindarlo judicialmente y enaltecerlo políticamente.

Cuando todo eso se perdió, porque el presidente Moreno rompió con el correísmo, llegaron los problemas.

En el afán de que Glas saliera de la cárcel, a la que entró por estrategia política, pensando que la justicia moldeada por Gustavo Jahlk lo sacaría pronto, no importó contratar abogados que trabajaban para la mafia, como el temible Harrison Salcedo que acostumbraba enviar a los jueces fotos de sus heces y que a la vuelta de la esquina fue acribillado por sicarios.

Esos nexos oscuros que persiguen al correísmo y han destruido su reputación, impiden que el país exprese, en cierta manera, alguna indulgencia. Porque vienen al recuerdo los videos filtrados de un Glas desesperado por no perder la plaza política de Sucumbíos, hablando de forma confusa sobre tráfico de explosivos y combustibles.

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O lo que se conoció hace poco: que la nominación de Wilman Terán como presidente de la Judicatura fue, presuntamente, parte de los acuerdos con Correa para sacar a Glas de la cárcel a como diera lugar, sin importar violar la ley.

Lamentable que el expresidente se haya valido de un personaje que también operaba para los mafiosos, aquellos que han aterrorizado a este país por tanta violencia y corrupción estatal.

Fue tan burda la operación política del correísmo para solucionar el problema Glas, que terminó por hundirlo para siempre. Ni siquiera los recursos y garantías jurídicas que por derecho tiene cualquier reo en el Ecuador puede aplicársele sin que una ola de críticas se levante.

Y hasta las relaciones políticas con un país de la talla de México se han roto por creer que la impunidad es un privilegio para quienes se acostumbraron a manosear el Ecuador a su antojo.

Demasiadas lecciones deja la sombra pálida de un Glas destruido. Los políticos de hoy deben tomar apuntes.

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