La Embajada de EE.UU. sorprendió la mañana de este miércoles con el anuncio de que militares de la Fuerza Aérea de su país tendrán una operación temporal con sus pares de Ecuador, en Manta. De inmediato, el presidente Daniel Noboa reaccionó para resaltar las ventajas de este acuerdo en el combate al narcotráfico y sus despiadados carteles.
Por supuesto que se trata de una buena noticia, porque el combate al crimen transnacional requiere de una articulación transnacional por parte de los regímenes democráticos. Además, se entendería que, con este tipo de convenios, el rechazo popular a la instalación de bases militares extranjeras no cambia drásticamente la estrategia de cooperación militar.
En el plano político y comunicacional, el gobierno de Noboa utilizará este hecho para inyectar colágeno a su relato artrítico sobre el conflicto armado interno que, con el paso del tiempo, alimenta la desesperanza.
No hay duda de que el operativo con EE.UU. va a dar resultados, pero difícilmente cambiará, como por arte de magia, el lado más dramático de la crisis de inseguridad que destruye al país: los asesinatos.
Ecuador ya es el país más peligroso de América del Sur, acumulando más de 8 mil muertes violentas.
A este deterioro de las cifras se suma un fenómeno que aterroriza: la multiplicación de masacres de más de tres personas en un solo evento criminal. Este día se reportaron siete ejecutados en Portoviejo; ayer fueron tres en Los Ríos y, a inicios de semana, cuatro víctimas en un barrio de Guayaquil, masacradas por error de los gatilleros.
Estas tragedias copan los titulares de la prensa y los ciudadanos se hunden en la zozobra y el miedo. Pero, lastimosamente, el Gobierno habla poco de estas muertes.
Llama la atención que ni el ministro del Interior, John Reimberg, ni los jefes policiales, peor aún el Presidente, expliquen al país por qué en 2025 se reportan más de 800 masacres.
Se sabe, por ciertas hipótesis que comentan off the record las autoridades, que esto es parte del desorden de bandas descabezadas que actúan de forma despiadada por el control del territorio y la droga.
Sin embargo, el diagnóstico oficial sigue pendiente, así como la explicación de la estrategia que se debe aplicar para evitar que esto se vuelva cada día más común.
Hablar de grandes planes geopolíticos no es suficiente para calmar la tensión por lo que ocurre, a veces, a la vuelta de la esquina. ¿Cuántos asesinatos más tenemos que soportar?
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