11 ago 2019 , 12:06

Clowns: “Somos nosotros mismos, pero volvemos a ser niños”

Los voluntarios consideran que los mayores crean corazas que encierran al niño interior.

El adulto responsable voluntario Mario Fuentes cursó la carrera de Payaso Humanitario en la Facultad de Ciencias Risológicas de la Universidad del Amor y el Humor. Tras cumplir los requisitos académicos, legales y reglamentarios de afecto y alegría, le confirieron el título de Dr. Pechiche. Así se le reconoce y goza de los honores y privilegios que por ley de las sonrisas y la solidaridad corresponden. Esto ocurrió en Guayaquil, en la República Independiente de Narices Rojas, en agosto de 2018.

 

No, no estamos locos ni es una broma. Ser payaso humanitario de la fundación Narices Rojas es algo muy serio. Mario tiene actualmente 30 años de edad y antes intentó 2 veces graduarse de clown. “Intenté a los 23, volví a los 25, pero estaba en la época en la que quería mochilear y me enfriaba o sino por trabajo”, recuerda.

 

“Mario es de la promoción 15, ¿no hijito? A todos les digo hijitos”, menciona Alexandra Gonzaga, directora administrativa de la fundación y cuyo alter ego es la doctora Churry.

 

“El payaso eres tú mismo. El mejor payaso, el mejor maestro, siempre es un niño. Él no piensa en nada, simplemente hace lo que quiere y lo que su corazón le manda”.

 

Mario, que trabaja diariamente como guía turístico, explica que “como payasos humanitarios, no actuamos. Somos nosotros mismos, pero volvemos a ser niños.  Porque un niño es puro, un niño no tiene estereotipos, no tiene complejos, un niño es él: solo quiere jugar, divertirse, vivir el momento. Y eso lo vas perdiendo cuando vas entrando al colegio y te vas llenando de cosas que la sociedad te va inyectando y sin darte cuenta las empiezas a adoptar. Y dejas escondido ese niño que fuiste cuando tenías 3-4-5-6 años…”. 

 

“Y no juegas ya”, remata Alexandra, desde una plaza del norte de la ciudad, a donde hemos ido para la entrevista.

 

Cuando tú creces, vas creando coraza tras coraza tras coraza. La mayoría de nuestros voluntarios tienen otra profesión. Yo soy ingeniera en Gestión Empresarial; en el área en la que yo estaba que era Finanzas, era como todo así muy recto. De hecho, todos los primeros años la vida de payaso yo la tenía oculta”, cuenta la directora administrativa, mandil de médico, vestido rojo, zapatos deportivos, espejuelos negros y la sonrisa amable. La corona un sombrero a lo Andrea del Boca en “Antonella”.

 

 


Foto: ecuavisa.com

 

 

LEA: Narices Rojas, voluntarios de la risa y el abrazo

 

 

La nariz, un elemento sagrado

 

Esa bolita como un tomate que los caracteriza y llama tanto la atención, “los transforma en ese niño. No te estaría hablando así sino que querría estar jugando, saltando y brincar por allá”. 

 

De acuerdo a su filosofía de narices, ellos no se la colocan delante de nadie ni comen cuando la llevan puesta, por ejemplo. ¿Y si los niños te quieren quitar en plena rutina? “Tú juegas con eso, tú dices me duele, me duele. Como que es tu nariz verdadera y si te la arrancan, te va a doler”, explica Mario, boína, camisa rosada, tirantes, pantalones terminados en medias multicolores, zapatos rojos. Y, por supuesto, su mandil.

 

Alexandra dice que la nariz roja la representa, “la nariz es mi alma. Algunos la llaman la máscara más pequeña del mundo. No es simplemente ponerte una nariz. Hay una formación, una técnica y un proceso en el cual encuentras tu payaso y puedes sacarlo para los demás”.

 

La directora de la fundación, Raquel Gendry, tiene una frase que dice “te amo con toda mi nariz”, en lugar de decir “te amo con todo mi corazón”. Alexandra destaca que respetan, cuidan y atesoran su nariz. 

 

Para Mario, este elemento “es sagrado, porque una persona va y se compra una nariz, se la pone y dice ‘ay, soy payaso’. Nosotros jamás haríamos algo así. Para mí la nariz es teletransportarme, volverme un niño, olvidarme de todo lo que está pasando a mi alrededor, jugar, divertirme”. 

 

 


Foto: ecuavisa.com

 

 

El comienzo

 

En el caso de Mario, todo comenzó por una amiga de la universidad, que le enseñó fotos de lo que hacía y entonces decidió contactarse con la directora de Narices Rojas.

 

Como doctor Pechiche lleva unos 11 meses, pero involucrado con la fundación, unos 3 años más. Considera que más que aprender a ser payaso, aprendió a reencontrarse con el niño que lleva dentro, que estaba escondido por los años que habían pasado. 

 

A Alexandra, desde chica le gustaba hacer teatro y cuando tenía 22 años, caminando por el centro de la ciudad vio un cartel que avisaba de un curso de clown. “En el primer taller que hice me enamoré del payaso. ¿Cómo llegue a clown de hospital? A mí me pareció hermoso poder servir a través de lo que te gusta hacer, de tu pasión”. Ellos no solo visitan hospitales, también otros lugares vulnerables como la frontera o sectores afectados por terremotos. 

 

En estos 13 años “he crecido a través de lo que hago, he podido dar mi energía a las personas y he podido recibir todo ese amor y ese cariño cuando entregamos nuestro trabajo”. 

 


Foto: ecuavisa.com

 

 

 

Las visitas

 

Cuando los payasos llegan al hospital, hay “magia”. A criterio de Alexandra, “solo la pueden comprender los que la viven. Nosotros como payasos nos sentimos como magos, cambiamos toda la percepción de los niños o de la gente. Y de repente el hospital se convierte en una cancha de fútbol o en un concierto o a lo mejor en una telenovela o en una obra de teatro. Hacemos que los niños se recuperen pronto y que los padres que pasan esa parte tan dura, no les sea tan duro estar todo ese tiempo al lado de su hijo y puedan acompañarlo con alegría y no con dolor”. 

 

Soy un payaso que tengo mucha percepción con el dolor y siempre que voy caminando por el pasillo del hospital, jugando, y siento que viene un padre caminando y a medida que se va acercando, siento que no está bien. Entonces voy, me le acerco, juego y le pregunto quiere un abrazo. Y esa pregunta a lo mejor solo se responde con una mirada. Y en el momento que lo abrazo solo llora y en ese momento ya no hay risa, solo llanto. Y mi presencia ahí sirvió para que deje en mí todo lo que tiene dentro”, dice mientras el viento pretende alborotarle la cabellera.

 

“Estamos allí para ayudarlos”, recalca Mario. “No los ves con pena, sino como que ok, estoy aquí para jugar, para cambiar como que el mood, el ambiente”. Pero muchas veces la tristeza es inevitable: “Lo más duro para nosotros es llegar a conocer a un niño y luego ir un fin de semana al hospital y saber que ese niño ya no está y no necesariamente porque le dieron de alta sino porque pasó lo que no queríamos que pasara”

 

(No cuaja hablar de la muerte, pronunciarla. No le queda bien a esa noche fresquísima del verano guayaquileño, ni calza con esos colores vivarachos que se ha lanzado Mario. Y ese eufemismo de “pasó lo que no queríamos que pasara”, largo como contar las patitas de un ciempiés, es válido

 

Mario dice que hay diferencias claras entre “un payaso normal, que trabaja con niños con mucha energía, con mucha alegría y tienes que controlar esa alegría. Mientras que nosotros llegamos cuando la energía está en niveles 0. Tenemos que coger esa energía y alzarla. Llegar a inyectar la magia”.  

 


Foto: ecuavisa.com

 

 

Payasos, siempre payasos

 

El día a día de Mario es muy parecido al del doctor Pechiche, pero sin jugar al extremo; o sea, sabiendo que hay responsabilidades. “Un clown no está consciente de ay, tengo que pagar el alquiler. Intento divertirme lo más que puedo. Soy guía turístico y mi día a día siempre es en una parte diferente del país. Invito a mis clientes a jugar. Tengo la suerte de que mi trabajo me permite divertirme bastante”. 

 

Yo siempre digo que primero soy payasa y luego digo mi otra profesión”, aclara, orgullosa, Alexandra. Ella es ingeniera en Gestión Empresarial y trabaja en el departamento de Sistemas de una empresa de telecomunicaciones. “Mi día a día es levantarme, ir a trabajar, revisar los proyectos, liderarlos, hacer que los proyectos cumplan su tiempo”. 

 

El payaso siempre está con ella “porque en este trabajo trato con muchas personas y siempre el buen humor y la predisposición y hacer las cosas con amor, siempre están presentes. Siempre digo que estoy de payasa todo el tiempo, aunque no me vean sonreír todo el tiempo. Cada vez que puedo les recuerdo que la vida es para ser feliz y para vivirla”. 

 

 


Foto: ecuavisa.com

 

 

LEA: Así es la Universidad del Amor y el Humor

 

 

Doctores de la risa

 

Churry tuvo que estudiar muchísimo para graduarse como doctora, sobre todo en las clases para hacer burbujas. Al final, el doctor la pasó porque solo le salía una burbuja y el profesor ya no quería verla. Es lo que esta divertida médica le cuenta siempre a la gente: que no sabe hacer burbujas para que no la critiquen cuando le salga una. 

 

“Siempre busca el juego y siempre le gusta cantar, canta feísimo y sobre todo canciones románticas. Y siempre busca novio, o se casa con el doctor o se casa con el señor que ayuda limpiando el piso, pero siempre se casa. Es muy dulce y es la más linda de todas”, explica Alexandra, con tono de alegría. 

 

Creo que Churry en mi vida es esa niña que olvidé, pudo haber sido entre la adolescencia y la universidad. Y la volví a encontrar, fue un encuentro bastante lindo y que cambió muchas cosas”.

 

Mario cree que el nombre de su alter ego le salió del alma. “Participé en una actividad de la fundación, antes incluso de ser interno. Viene una niña y como todos era doctores, menos yo, y me pregunta cuál es su nombre, doctor. Y salió de muy adentro de mí: Pechiche. Yo ni siquiera sabía qué era un pechiche. No sabía de dónde salió; o sea, mi alma lo escupió”. 

 

A Pechiche le gusta bailar y hacer el ridículo. “Si lo califican de 1, vive su tragedia, vive su momento, no le importa lo que piensen de él. Le gusta contar historias. Como Mario, me gusta leer cuentos y escribir cuentos. Como Pechiche disfruto eso también. Los movimientos y las historias son los fuertes de Pechiche”. 

 

Para estos clowns, los abrazos son muy importantes, es la esencia de la transmisión del amor a niños y padres. “Cuando entrenamos, como que ‘cuentas’ los segundos durante los que abrazas, pero ya después con la experiencia solo fluyen. Tenemos unos recetarios donde les escribimos: ‘Darse un abrazo después de cada comida’”. 

 

Y nos abrazan.

 

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