03 mar 2015 , 12:08

La niña que recibe regalos de los cuervos

La relación de Gabi Mann con los cuervos de su barrio comenzó cuando tenía 4 años.

Son muchos los que aman a los pájaros, pero es raro que ese afecto sea recíproco. En ese sentido, una niña de Seattle, Estados Unidos, tiene más suerte que la mayoría. Alimenta a los cuervos de su jardín y estos le traen regalos a cambio.

 

Gabi Mann, de 8 años, coloca una caja sobre la mesa del comedor y le quita la tapa. Allí está, es su más preciada colección.

 

"Puedes acercarte y mirar", dice, "pero no toques". Es una advertencia más adecuada para un hermano pequeño, así que se ríe nada más decirla. Está contenta de tener audiencia.

 

Dentro de la caja se alinean bolsas de plástico transparente con pequeños objetos en su interior. Una de ellas guarda una bombilla. Otra, pequeñas piezas de vidrio marrón gastadas por el mar. "Cristal de botella de cerveza", escribió Mann en la etiqueta.

 

Los objetos están envueltos uno por uno y colocados por categorías. La niña retira la cinta adhesiva negra de uno de los paquetes etiquetados y muestra lo que contenía en su interior. "Los mantenemos en las mejores condiciones que podemos", señala, antes de hacer saber que el objeto, un corazón perlado, es uno de sus favoritos.

 

La colección de objetos traídos por los cuervos de Gabi Mann.

Gabi Mann guarda los objetos empaquetados uno por uno y por categorías.

 

Entre sus tesoros hay una diminuta bola plateada, un botón negro, un clip azul para papel, una cuerda amarilla, un pedazo desteñido de espuma, una pieza de Lego azul... La lista es interminable.

 

La mayoría de los objetos están rayados y sucios, y no son los que se esperaría que atesorara una niñá. Pero para Mann son más valiosos que el oro.

 

Pero lo más curioso es que no ha sido ella la que ha reunido todas estas piezas. Cada una de ellas ha sido un regalo. Un obsequio de sus cuervos.

 

"Con ellos me demuestran cuánto me quieren", asegura.

 

Relación accidental

La relación de Mann con los cuervos del barrio comenzó de forma accidental en 2011. Tenía 4 años, y cierta tendencia a que se le cayera la comida.

 

Aquél día, salía del coche cuando se le cayó del regazo un pedazo de pollo, y un cuervo se apresuró a recogerlo. Así que pronto tuvo un grupo de pájaros observándola, esperando a que otro pedazo se le precipitara al suelo.

 

Cuando creció, decidió recompensar esa atención aviaria compartiendo su almuerzo de camino a la parada del autobús. Después se le unió su hermano en la tarea y pronto los cuervos se alinearían para saludar al autobús, a la espera de que los volvieran a alimentar.

 

A la madre de la niña, Lisa Mann, no le importó que los pájaros se comieran la mayoría de los almuerzos de su hija. "Me gustaba que amara a los animales y que quisiera compartir la comida con ellos", cuenta. Y reconoce que nunca había notado la presencia de los cuervos hasta que su hija le habló de ellos. "Fue una especie de transformación. Nunca había pensado en los pájaros".

 

La colección de objetos traídos por los cuervos de Gabi Mann.

Entre los objetos que le trajeron los cuervos hay pendientes, tuercas, una pieza

de lego azul, una bombilla rota, etcétera.

 

En 2013 madre e hija comenzaron a ofrecerles alimentos como un ritual diario, en lugar de tirarles bocados de tanto en cuanto.

 

Cada mañana llenaban de agua la pileta del patio trasero y ponían cacahuetes los comederos de pájaros. Gabi Mann también solía tirar un puñado de comida de perro sobre el césped. Y mientras lo hacían los cuervos esperaban sobre los cables telefónicos.

 

Y fue después de que la familia adoptara esta rutina cuando empezaron a recibir regalos.

 

Los cuervos limpiaban los comederos de cacahuetes y a cambio dejaban baratijas brillantes; un pendiente, una visagra, una piedra pulida. Pero no había patrón. Los obsequios, cualquier cosa reluciente y suficientemente pequeña para poder ser sostenida por el pico de un pájaro, aparecían esporádicamente.

 

Vea: La gata que salvó a su dueño de un ataque de perro

 

Una vez fue una diminuta pieza de metal con la palabra "mejor" impresa, la mitad de un colgante. "No se si todavía tendrán el pedazo que dice 'amiga'", se ríe Mann, divertida, pensando en un cuervo portando la otra mitad del medallón.

 

Recompensa constante

Al ver la colección es difícil no desear para uno mismo unos amigos cuervos que regalen objetos resplandecientes.

 

Pero eso hay que trabajarlo.

 

"Si quieres formar lazos con un cuervo debes recompensarlo de forma consistente", recomienda John Marzluff, profesor de ciencias de la vida salvaje en la Universidad de Washington, en EE.UU. Está especializado en aves, sobre todo en cuervos y grajos.

 

¿Y qué comida es la mejor a modo de premio?

 

"Unos cuantos cacahuetes con cáscara", responde el experto. "Es un alimento muy energético y hacen ruido al lanzarlos al suelo, por lo que los pájaros lo pueden oír y así acostumbrarse fácilmente a la rutina".

 

Marzluff y su colega Mark Miller estudiaron a los cuervos y a las personas que los alimentan y descubrieron que entre estos se crean relaciones muy personales. "Definitivamente existe una comunicación de doble vía", asegura Marzluff. "Unos entienden las señales de los otros".

 

Cuervo comiendo anacardos.

Los frutos secos y las semillas son los mejores alimentos para recompensar a los cuervos.

 

Los pájaros se comunican por la forma en la que vuelan, cuán cerca caminan y dónde se paran. Los humanos asimilan este lenguaje y, por su parte, los cuervos aprenden los patrones y posturas de aquellos que los alimentan. Y, a veces, uno de ellos les deja un regalo.

 

Sin embargo, estos obsequios no están garantizados. "No se puede asegurar que siempre habrá regalo", admite Marzluff, quien nunca recibió uno. "Pero he visto un montón de objetos que los cuervos han traído a la gente".

 

Objetos desagradables

Gabi también ha recibido algún que otro objeto repulsivo. Su madre tuvo que tirar una pinza de cangrejo en descomposición, por ejemplo.

 

Y es que no todos los cuervos dejan regalos, y no todos los obsequios son objetos brillantes.

 

A veces dejan cosas que "les ofrecerían a sus compañeros", dice Marzluff. Y con ello se refiere a los alimentos que utilizan para cortejar, "como crías muertas de pájaro, por ejemplo".

 

Cuervos.

Lisa Mann graba y anota los comportamientos e interacciones

de los cuervos con regularidad.

 

En esa línea, la niña señala un tornillo oxidado que prefiere no tocar. "Tercer favorito", dice la etiqueta de la bolsa que lo contiene. Al preguntarle por qué un objeto intocable es uno de sus preferidos, responde: "No verás a un cuervo transportando un tornillo, a no ser que esté construyendo su casa".

 

Su madre fotografía los cuervos con regularidad y anota su comportamiento e interacciones. Y el regalo más increíble que ha recibido de ellos es la tapa de una lente de cámara que perdió mientras retrataba en un callejón cercano un águila calva que merodeaba por el barrio.

 

Ni siquiera tuvo que salir a buscar la tapa. La encontró en la pileta del patio.

 

¿Se la habían devuelto los cuervos?

 

Lisa Mann inicia la sesión en su computadora y accede a la grabación de la cámara con la que hace el seguimiento de los pájaros. La para en un punto y muestra el pájaro del que sospecha. "Lo puedes ver trayéndolo hasta el patio y caminando hasta la pileta. Incluso se tomó el tiempo para enjuagar la tapa de la lente", indica.

 

"Estoy segura de que fue intencional", sonríe. "Nos observan todo el tiempo. Estoy convencida de que vieron que se me cayó y que decidieron que querían devolvérmela".

 

 

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