¿Cómo saber si el pescado está en buen estado?
El pescado es uno de los alimentos más recomendados por especialistas en nutrición debido a sus múltiples beneficios para la salud. Sin embargo, su consumo también puede representar un riesgo si se encuentra en mal estado. Ante esto, la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) compartió una serie de recomendaciones para garantizar una compra y consumo seguros.
Olor
Uno de los principales indicadores de que un pescado está en descomposición es el olor. De acuerdo con la Profeco, el pescado fresco debe oler a mar; si presenta un aroma a amoníaco, agrio o amargo, es señal clara de que no está en condiciones óptimas.
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Textura
En cuanto a la textura, es importante que el pescado tenga firmeza muscular. Al presionarlo con los dedos, la piel debe regresar a su forma original. Si no lo hace, podría tratarse de un producto deteriorado.
Frescura
La frescura es otro factor clave. El pescado fresco debe tener los ojos brillantes, la piel luminosa y las escamas bien adheridas. Las agallas, por su parte, deben presentar un color rosado o rojizo y sentirse firmes al tacto.
Si se opta por adquirir mariscos como moluscos, ostiones o mejillones, Profeco sugiere elegir aquellos cuya concha esté completamente cerrada. En el caso de los camarones, deben lucir brillantes y traslúcidos, con evidencia de frescura.
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Consumo inmediato
La autoridad también recomendó consumir el pescado el mismo día de su compra, preferentemente sin vísceras para evitar posibles contaminaciones. En caso de haberlo adquirido congelado, nunca debe descongelarse a temperatura ambiente, ya que esto puede propiciar el desarrollo de bacterias.
El valor nutricional del pescado va más allá de su sabor. Según la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca), su ingesta durante el embarazo puede favorecer el desarrollo neurocerebral de los bebés, incrementándolo hasta en un 10%.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda consumir pescado o mariscos al menos dos o tres veces por semana, mientras que la FAO prevé que, en los próximos 30 años, su consumo a nivel mundial superará al de otras carnes de origen animal.