La otra cara de Guayaquil: las postales de las periferias que guardan historias
A 490 años de su fundación, Guayaquil sigue siendo la ciudad más poblada de Ecuador. Según el censo de 2022, cuenta con 2,7 millones de habitantes, aunque estimaciones para 2025 proyectan que la cifra ya supera los tres millones.
Conocida como la Perla del Pacífico o el Puerto Principal, la ciudad está dividida en 21 parroquias: 16 urbanas y cinco rurales. Tarqui, que se extiende por el norte y noroeste, es la más poblada, con más de un millón de habitantes. Le sigue Ximena, al sur, que también concentra una alta densidad poblacional.
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Guayaquil ha sido históricamente reconocida por su dinamismo comercial, su atractivo turístico y su relevancia económica para el país. Sin embargo, en los últimos años, especialmente tras la pandemia del Covid-19, la ciudad ha ganado notoriedad internacional por su creciente ola de violencia e inseguridad, que la ha situado entre las urbes más peligrosas de la región.
El sur de la ciudad es uno de los territorios más golpeados por esta transformación. En la Playita del Guasmo, un balneario popular a orillas del estero Cobina, los 15 kioscos instalados por el Municipio permanecen cerrados. El mirador —que solía ser usado por bañistas que se lanzaban al agua— también está clausurado y rodeado por cintas amarillas de advertencia. Aunque la vista al estero sigue siendo privilegiada, las instalaciones lucen abandonadas.
Llegar a la Playita implica recorrer las avenidas Raúl Clemente Huerta y Abdón Calderón, dos arterias comerciales donde conviven restaurantes, tiendas de electrodomésticos, puestos ambulantes y un tráfico constante de buses, tricimotos y peatones. Un bullicio comercial que puede disipar la sensación de inseguridad.
En otro lado del sur está la Isla Trinitaria, un sector rodeado de cuerpos de agua y conocido por su vulnerabilidad social. Allí, en la cooperativa Desarrollo Comunal, se levanta una escultura de seis metros dedicada al ciclismo, en medio de una pequeña plaza con bancas metálicas. Es un símbolo de orgullo comunitario en una zona que, como muchas otras de la isla, enfrenta problemas persistentes de violencia.
Mientras se realizaban las fotografías para este reportaje, un conductor que pasaba por el lugar advirtió al equipo periodístico que tuviera cuidado. Ese tipo de advertencias se ha vuelto común en varias zonas del sur de Guayaquil, donde la cotidianidad convive con el temor.
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Guayaquil es también conocida por su gastronomía diversa. Definir dónde está el mejor encebollado, la mejor guatita, el mejor arroz con menestra, los mejores cangrejos, el mejor sánduche de chancho, el mejor caldo de bola u otros platos puede ser motivo de discusión en esta ciudad.
Muchos escogen el suroeste de la ciudad para encontrar una amplia variedad de platillos y a precios accesibles. Ese es el caso de Chaulafán Andino, un local ubicado entre las calles Séptima y Capitán Nájera. Rosa María Tierra es la propietaria. Esta mujer oriunda de Chimborazo atiende a decenas de clientes que acuden cada día a su establecimiento.
El plato estrella, que va desde los cuatro dólares, combina choclo, haba, maíz tostado, papa, chancho, maní, huevo duro y ensalada.
En el noroeste de Guayaquil, la Entrada de la 8 es un reflejo del dinamismo —y también de las tensiones— que caracterizan a esta ciudad. Este sector popular marca el acceso a la avenida Casuarina, una de las arterias más importantes de la zona, a lo largo de la cual se extienden más de 20 cooperativas y barrios, donde habitan decenas de miles de personas.
El movimiento en la Entrada de la 8 es constante. Decenas de comercios, puestos informales, tricimotos y buses urbanos forman parte del paisaje urbano. Es un punto clave de conexión entre los sectores periféricos con el centro de la ciudad. Al mismo tiempo, un escenario que evidencia las desigualdades, el esfuerzo comunitario y los desafíos cotidianos de miles de guayaquileños.
Además de su rostro urbano, Guayaquil cuenta con cinco parroquias rurales: Juan Gómez Rendón (Progreso), Posorja, El Morro, Tenguel y Puná, donde viven alrededor de 90 000 personas.
Progreso es una comuna ubicada en la ruta hacia General Villamil Playas. Su entorno agrícola y su conexión con la vía costera la convierten en un paso frecuente para quienes viajan a la playa.
Posorja, en cambio, es reconocida por su puerto de aguas profundas.
El Morro destaca por su riqueza natural: es punto de partida para el avistamiento de delfines, lo que la convierte en un atractivo turístico y ecológico.
Tenguel, situada a más de dos horas del centro de Guayaquil, está más cerca de Machala o Balao que de la propia ciudad. Tiene más de 12 000 habitantes y recientemente celebró 132 años de parroquialización.
Por último, está Puná, una isla ubicada en el Golfo de Guayaquil, con 188 años de existencia y más de 15.000 habitantes distribuidos en más de 40 comunas. Es un territorio con fuerte identidad ancestral y pesquera.
Estas parroquias rurales representan una parte fundamental del cantón, con realidades distintas a las de la ciudad, pero igual de importantes en su diversidad social, cultural y geográfica.
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A 490 años de su fundación, Guayaquil sigue siendo una ciudad de contrastes: vibrante y resiliente, pero también golpeada por la desigualdad y la violencia.
Desde sus parroquias rurales hasta sus barrios más densamente poblados, su gente continúa escribiendo una historia marcada por la lucha diaria, la cultura popular y una identidad que resiste, a pesar de las crisis. En cada rincón —desde la Isla Trinitaria hasta la Playita del Guasmo, desde Progreso hasta la Entrada de la 8— se revela el verdadero rostro de una ciudad que nunca deja de moverse, adaptarse y reinventarse.