13 abr 2017 , 09:15

Sarita Medranda: terremoto, vía crucis y esperanza

La mujer perdió su casa y su empleo en Portoviejo, pero mantiene su fe inquebrantable.


“Dios mío, tú me amas, no me dejes morir”. Es la sencilla y ferviente plegaria pronunciada por Sarita Medranda Sánchez, de 54 años. Su oración se escuchaba cerca de las 19H00 de ese sábado 16 de abril de 2016, cuando la vida de ella y de muchos en Portoviejo se trizaban por un poderoso terremoto de 7,8 grados de magnitud.

 

18:58. Centro de la capital manabita. Una casa mixta de 2 plantas. Sarita, recostada en su cama en el piso de arriba, como un apacible sábado cualquiera, veía la televisión… entonces se eternizaron los segundos que lo voltearon todo, todo.



Ella, digerida por ese monstruo bamboleante en que se convirtió su casa tras el sismo, no logró bajar esos 16 escalones por los que tantas veces había paseado su vida. Se pegó a una pared.



Sarita recuerda, con una especie de emoción lastimera, que “se escuchaban como disparos”. El edificio frente a su casa se desbarató pavorosamente y los habitantes de la zona quedaron vestidos de polvo. Lo sentían sobre sus cuerpos, no se distinguían, la noche era doblemente noche porque ya la luz había sido cortada.



Ella quiso buscar dinero, pero no pudo; el dormitorio ya estaba desbaratado: “Internamente la casa se destruyó, las paredes se cayeron, la sala, la cocina…”



Medranda, la superviviente, la damnificada, rebusca en su mente y no encuentra explicación cómo finalmente logró bajar. “Gracias a Dios pude abrir la puerta para salir de la casa”, dice, al resumirnos su gran escape.



Sarita, mamá de los pollitos, juntó a su familia: un hijo, otro hijo, su hermano, la mujer de su hermano, una tía y ella. Sobrevivientes. La vida que les quedó, reunida.



El centro, triturado por una especie de guerra telúrica; debían buscar refugio para su drama.



El calendario mental de Medranda recuerda 6 días apelotonados en un garaje cercano, sin comer, a punta de agua, sucios, cubiertos por un plástico. Entonces declararon zona 0 al sector y con ello, indirectamente, una extensión de su vía crucis post terremoto: se fueron a vivir donde una hermana por 10 días, después 2 días a Los Tamarindos, luego 6 meses en el aeropuerto porque amigos y familiares les aconsejaron que allá estarían mejor atendidos.



Sarita, profesora contratada, licenciada en Historia y Geografía, se quedó sin trabajo. Solo halló uno de empleada doméstica.

 

“Sin mirar mi título”, recalca haciendo un fuerte énfasis de tristeza, trabajó de 06H00 a 17H00 y por 100 dólares. “Estaba desesperada por trabajar”, menciona, como si su voz fuera la personificación de la angustia.



Relata, con cierto toque de albricia, que el 17 de noviembre de 2016 la llamaron para anunciarle que tenía casa en El Guabito, sector donde el Gobierno financió viviendas para los afectados por el sismo. Habían corrido ya 7 meses sobre los hombros de Medranda, una Atlas de su familia.

 

Su familia está desempleada, "todavía estamos en una situación dura..."



Pero la esperanza parece siempre estar latente, ahí, agazapada, sorprendiéndola: una amiga la ha telefoneado para que le cuide a un nietecito. Lo cuenta con ese tono vibrante de los niños que estrenan juguete. 


A Sarita el terremoto le desmoronó su vida, pero jamás su fe, virtud que, a todas luces, es sismo resistente.

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