La tradición sobre muertos y almas que sobrevive al tiempo

La palabra Halloween viene de la contracción escocesa “All Hallow’s Eve”, que en español significa la ‘Víspera de Todos los Santos’.

El origen se remonta a la tradición celta del Samhain: se despedía la temporada de cosechas y consecuentemente arrancaba el largo y oscuro invierno en el norte de Europa.

En el período creían que en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre la línea que separa nuestro mundo del otro se reducía, lo que, según esas creencias, permitía pasar las almas de los que ya no están vivos. Entonces, los espíritus buenos eran homenajeados por sus familiares mientras que los malos eran ahuyentados. 

Con el fin de no ser dañados por las almas malignas, la gente se vestía con máscaras y ropajes para adoptar su apariencia. Otra característica es que se les ofrecía dulces para mantenerlos entretenidos. 

Aquí entra la historia: los romanos adoptaron esta práctica tras la ocupación del territorio celta. Posteriormente, occidente adoptó esta festividad cuando el cristianismo se afianzó como la religión dominante. De ahí, se suplantó su naturaleza pagana y se la adaptó para un nuevo orden religioso; en otras palabras, pasó a ser el día en el que se homenajea a los familiares difuntos. 

Se lo denominó Día de Todos los Santos y se lo llevó al 1 de noviembre, pero la tradición anglosajona mantuvo la costumbre con sus orígenes. 

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Entre 1845 y 1849, lo que se conoció como la gran hambruna irlandesa originó una migración inmensa de irlandeses hacia Estados Unidos y Canadá, en esta época se trasladó parte de su cultura hacia América. 

Aproximadamente, a mediados del siglo XX esta celebración de Halloween tomó importancia popular con el modelo consumista. Fue cuando arrancó la venta de disfraces, dulces y, en general, simbología básicamente para un día de entretenimiento. 

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