30 abr 2015 , 03:30

El perfume, historia de un asesino

Su nacimiento fue atroz por las circunstancias que lo rodearon.

Por Allen Panchana Macay

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Su nacimiento fue atroz por las circunstancias que lo rodearon. “Reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas a col podrida y grasa de carnero…”. Ni su propia madre quería parir a  Jean-Baptiste Grenouille. Y aunque era un monstruo, “no tenía nada que inspirase miedo. No era muy alto –cuando creció- ni robusto; feo, desde luego, pero no hasta el extremo de causar espanto”. 

 

El perfume, historia de un asesino, es la primera novela de Patrick Süskind (Alemania, 1949), que se divide en cuatro partes y 50 capítulos.  Desde su publicación en 1985 ha recibido aplausos de la crítica mundial,  se ha traducido a 46 idiomas e incluso llevada al cine. Tal vez porque la trama es alucinante: Jean-Baptiste Grenouille (su apellido significa rana en francés) tiene un prodigioso sentido del olfato y se convierte en el mejor elaborador de perfumes que jamás haya existido. Sin embargo, sabe que las mujeres sienten hacia a él una extraña aversión. 

 

El protagonista, entonces, recurre a su talento para subyugar a quien se proponga. Primero, descubre que las vírgenes, en especial las pelirrojas, tienen un olor único. Las asesina y de ellas puede extraer fragancias con las que, sin exagerar, puede conquistar el mundo. Ninguna puede escapar de él. Su olfato es tan entrenado que las puede descubrir en cualquier lugar. 

 

De ellas solo busca su esencia. Jean-Baptiste ha perfeccionado tanto su técnica que hace una labor profesional, como un experto en aromas. “Cuando los pájaros empezaron a gritar –es decir, bastante antes del alba-, se levantó y terminó su trabajo. Desenrolló el paño, apartándolo del cuerpo como un emplasto. La grasa se separó muy bien de la piel; solo quedaron algunos restos en los lugares angulosos, que recogió con la espátula. Secó las últimas huellas de pomada con el propio corpiño de Laure, con el cual frotó el cuerpo de pies a cabeza, tan a fondo que incluso la grasa de los poros se desprendió de la piel en diminutas láminas y con ella los últimos efluvios y vestigios de su fragancia”. 

 

El perfume transporta al lector a un mundo con el que no está familiarizado, "el evanescente reino de los olores". Estoy a punto de contarle lo que pasa al final, pero sería injusto… Lo que le puedo adelantar es que todos, hasta sus verdugos, caen rendidos a los pies del legendario Jean-Baptiste Grenouille. 

 

 

Este texto está clasificado como un ESPACIO de OPINIÓN.

 

 

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