El joven chileno con discapacidad que llegó a ser doctor en Física gracias a las manos de su madre
Sus movimientos en piernas y brazos pueden no ser siempre fluidos, pero su mente es veloz.
Pidió que le mostraran a su niño. Fue entonces que el doctor le dijo esas palabras que ella recuerda frescas en su memoria, pese a que ya han pasado 30 años:
-"Sara, el niño está malito. Se asfixió al nacer".
David Sebastián Valenzuela Díaz es un hombre con humor. Que sonríe con frecuencia, que pide explicaciones de todo. Cuando tiene a alguien en frente, hace preguntas que exigen ingenio en las respuestas. Pide explicaciones hasta de los asuntos más mínimos. Le gusta desafiar a su interlocutor. Pero jamás lo hace de manera brusca. David Valenzuela es una persona amable, un tipo muy cálido.
Es delgado, de cabello oscuro, de cejas gruesas.
Cuando le toca desplazarse, las cosas se le ponen más difíciles. Camina firme, aunque a su estilo: levanta rápido muslo y pantorrilla, y luego flecta hacia arriba la rodilla antes de apoyar el pie otra vez en el suelo. Primero una pierna, después la otra.
Así, con paciencia, como marchando, arma sus pasos.
Cuando conversa, hay que escucharlo con atención, sin apurarlo. Habla lento y hay letras que le cuesta vocalizar.
Sus palabras pueden atascarse alguna veces. Sus movimientos en piernas y brazos pueden no ser siempre fluidos. Pero su mente es veloz.
***
Sara Díaz es de Copiapó. A los 18 años se fue a Antofagasta a estudiar Pedagogía en Historia. Allá conoció a Francisco Valenzuela, que era de la Fuerza Aérea. Se casaron, armaron familia y Sara quedó embarazada. Un embarazo sin problemas, dice ella.
Habían acordado que el niño nacería en Copiapó. Cuando tenía ocho meses y una semana de embarazo, mientras hacía unos ejercicios en un consultorio a Sara le sangró la nariz. Tenía la presión disparada. La mandaron a reposo, pero el asunto no mejoró. Ese mismo día la internaron para preparar una cesárea de urgencia.
-Al ponerme la anestesia, la presión se me fue al suelo. Así se produjo el problema con David. Porque cuando hay menos presión, hay también menos oxígeno en el cuerpo. Yo escuchaba discutir a los doctores antes de que me sacaran al niño. Uno decía que la guagua estaba sufriendo; otro decía que yo también estaba en riesgo - recuerda Sara.
David Valenzuela nació 20 minutos para la medianoche del 11 de septiembre de 1986; y no lloró. Por la asfixia al nacer marcó un bajo test de Apgar, examen clínico con que se mide el estado de un recién nacido. El hijo de Sara sumó entre 2 y 4 puntos.
Lo normal es a partir de 7.
Con las horas empezó a reaccionar. Respiró solo. Comenzó a moverse. Lo tuvieron varios días en incubadora; y a Sara el neonatólogo le aconsejó que lo observara en los meses siguientes. Le dijo que la asfixia había sido importante.
Sara se dedicó a eso. A mirar a su hijo. Y empezó a notar cosas: que no lloraba por hambre o frío; que no podía sentarse, pues el cuerpo se le iba a un costado; que cuando ella le pasaba sus brazos, él se levantaba en posición rígida. Después de consultar a varios médicos, un neurólogo infantil en Santiago fue directo: el niño tenía un daño que afectaba todas sus extremidades y urgía
empezar la rehabilitación. David tenía un año.
Recuerda Sara Díaz: "Yo le pregunté si el niño iba a caminar y el médico me dijo que la pregunta correcta era si se iba a desplazar de alguna manera, y él creía que sí. Pregunté si iba a hablar. Me dijo que la pregunta correcta era si iba a comunicarse, y él creía que sí, porque era un niño vivaz".
***Sara Díaz es de Copiapó. A los 18 años se fue a Antofagasta a estudiar Pedagogía en Historia. Allá conoció a Francisco Valenzuela, que era de la Fuerza Aérea. Se casaron, armaron familia y Sara quedó embarazada. Un embarazo sin problemas, dice ella.
Habían acordado que el niño nacería en Copiapó. Cuando tenía ocho meses y una semana de embarazo, mientras hacía unos ejercicios en un consultorio a Sara le sangró la nariz. Tenía la presión disparada. La mandaron a reposo, pero el asunto no mejoró. Ese mismo día la internaron para preparar una cesárea de urgencia.
-Al ponerme la anestesia, la presión se me fue al suelo. Así se produjo el problema con David. Porque cuando hay menos presión, hay también menos oxígeno en el cuerpo. Yo escuchaba discutir a los doctores antes de que me sacaran al niño. Uno decía que la guagua estaba sufriendo; otro decía que yo también estaba en riesgo - recuerda Sara.
David Valenzuela nació 20 minutos para la medianoche del 11 de septiembre de 1986; y no lloró. Por la asfixia al nacer marcó un bajo test de Apgar, examen clínico con que se mide el estado de un recién nacido. El hijo de Sara sumó entre 2 y 4 puntos.
Lo normal es a partir de 7.
Con las horas empezó a reaccionar. Respiró solo. Comenzó a moverse. Lo tuvieron varios días en incubadora; y a Sara el neonatólogo le aconsejó que lo observara en los meses siguientes. Le dijo que la asfixia había sido importante.
Sara se dedicó a eso. A mirar a su hijo. Y empezó a notar cosas: que no lloraba por hambre o frío; que no podía sentarse, pues el cuerpo se le iba a un costado; que cuando ella le pasaba sus brazos, él se levantaba en posición rígida. Después de consultar a varios médicos, un neurólogo infantil en Santiago fue directo: el niño tenía un daño que afectaba todas sus extremidades y urgía empezar la rehabilitación. David tenía un año.
Recuerda Sara Díaz: "Yo le pregunté si el niño iba a caminar y el médico me dijo que la pregunta correcta era si se iba a desplazar de alguna manera, y él creía que sí. Pregunté si iba a hablar. Me dijo que la pregunta correcta era si iba a comunicarse, y él creía que sí, porque era un niño vivaz".
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David Valenzuela habla inspirado. Cualquier historia, cualquier pensamiento, lo cuenta con un poco de poesía. Como cuando recuerda su niñez en Copiapó, con su madre y una tía enseñándole los colores, las letras, los números, las figuras geométricas. Él soñaba con ser piloto de guerra:
-Me costó entender ese sueño. Tardé 20 años en entenderlo. Porque al final el avión soy yo, y tengo que dar mi batalla. De una u otra forma soy piloto. Este cuerpo lo manejo yo y debo traspasar sus límites; es decir, volar. Siempre tuve conciencia de mi discapacidad y al final entendí por qué soñaba con un avión: porque mi espíritu debe ser libre. Mi avión es mi espíritu, que debe volar.
***
Entró al colegio a los siete años, a segundo básico. Para entonces, por la estimulación recibida en la casa, ya sabía leer y su nivel de matemáticas -su ramo favorito- correspondía al de un alumno de séptimo. Como en la escuela no le permitieron que lo acompañara su madre, Sara contrató a una auxiliar para que estuviera con él en esas horas escolares. El niño hablaba con mucha dificultad, no caminaba solo -lo lograría recién a los 13 años- y no podía escribir. Necesitaba a alguien a su lado que lo ayudara a desplazarse, le tomara apuntes, lo sacara a recreo, le diera la colación.
Terminó básica con promedio 7. Su madre no quiso que se eximiera de ningún ramo, ni siquiera educación física: a David le diseñaron una rutina especial -sin carreras ni caballetes- por la cual era evaluado. Los éxitos académicos se repitieron en media en el liceo Mercedes Fritis de Copiapó, donde terminó con 6,9 y premio al mejor egresado. Esos años lo acompañó también una auxiliar que hacía lo que el cuerpo de David no era capaz.
David Valenzuela llevaba años pensando lo que quería ser en la vida: físico. Su madre, que pensaba que una carrera humanista era más fácil para un discapacitado, no logró disuadirlo. La decisión estaba tomada. Cuando su hijo estaba en su último año de liceo, en 2004, viajaron a Santiago y llegaron al campus San Joaquín de la Universidad Católica. Allí funciona la Facultad de Física. Se entrevistaron con el director de docencia, Rafael Benguria.
El 2011 David empezó su doctorado en Física. En los cinco años siguientes, cada vez que hubo una clase, su madre lo acompañó. Siempre lo mismo: ella escribía; él escuchaba. Terminó en junio del año pasado, con nota 7 en su tesis. Hoy está postulando a un posdoctorado, que podría ser en Valdivia o en México. "O donde sea", dice David. Su madre dice que lo acompañará. Que es un compromiso. Que estará con él hasta que su hijo pueda llevar una vida independiente en un lugar con las comodidades que requiere su discapacidad.
-Aunque… -dice Sara, toma aire y continúa- Aunque pienso que siempre vamos a vivir juntos. Tengo mi vida hecha con él. Nunca me rebelé ni le pregunté a Dios por qué a mí. Yo me siento bendecida con mi hijo.
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Entre los pensamientos inspirados de David no puede faltar la física:
-La física nace de contemplar la naturaleza. Pero hoy, ¿qué clase de física incluye contemplar la naturaleza, al menos un día? A mí nunca me llevaron de paseo en una clase de física. Siempre fue como matemática, pero eso no es física. Hay que salir a contemplar la naturaleza, por ahí parte todo. Se olvida eso y la física se vuelve puro número. Mejor sal de paseo, mira al cielo, mira un pájaro. Eso es física para mí.
Algo de eso está en la dedicatoria que hizo en su tesis doctoral. Un párrafo que a más de un colega le haría arrugar la nariz, que a David Valenzuela lo dejó feliz y que dice esto:
"Al pasto, a las plantas, por darme descanso cuando estoy agotado. A los animales por alegrarme mi día a día. Gracias a la tierra por enseñarme que después de una caída sólo queda aprender y levantarse. Al agua, por enseñarme a fluir, a amoldarme, para expresarme sin miedo. Al aire, a los vientos, por enseñarme que grandes cambios son originados por acciones pequeñas, imperceptibles pero constantes. Al fuego, por enseñarme que nada es más poderoso que la voluntad. Y como dice un extracto del poema 'Invictus' atribuido a William Ernest Henley: 'Doy gracias a los dioses cuales fueren por mi alma inconquistable'".
* Este artículo fue publicado originalmente en el diario La Tercera de Chile el 26 de mayo de 2017. BBC Mundo lo reproduce con su amable autorización.