Uno de los fenómenos que más intriga a los astrónomos son los agujeros negros. Y aunque una de las pocas cosas que creían saber es cómo se forman, parece que estaban equivocados.
Eso, según un equipo investigador de la Universidad Western de Canadá y al menos en el caso de los "supermasivos".
Un agujero negro "es un montón de materia apeñuscada en un espacio tan pequeño que nada puede salir, ni siquiera la luz", como explicó de forma simplificada el cosmólogo Andrew Pontzen para el programa de la BBC "Los curiosos casos de Rutherford y Fry" en 2017.
Hasta ahora se creía que los agujeros negros se formaban por el choque gravitatorio de una estrella de una masa de, al menos, 25 veces el Sol. Sin combustible nuclear del que alimentarse, la estrella sufre un colapso gravitacional.
Los restos de ese choque se transforman en un objeto supercompacto del que ni la luz puede escapar, lo que explica que el agujero negro, sea, en efecto, negro.
Es entonces cuando se convierte en un enorme vacío que aspira cualquier cosa que se le acerque.
Esta explicación era válida para los agujeros negros más pequeños, pero en el caso de los de mayor tamaño, los llamados supermasivos, algo no encajaba.
Algo que no cuadra
La hipótesis más aceptada por los científicos es que estos monstruos se generaron de la misma forma: devorando cada vez más y más materia a medida que sus estrellas colapsaban. El problema está en el factor tiempo.
Para que un agujero negro se convierta en supermasivo necesita que pasen muchos años (miles de millones de años). Pero los astrónomos han podido detectar agujeros negros de enorme tamaño cuando el universo tenía apenas cientos de millones de años.