La reserva municipal El Chaco forma uno de los ecosistemas más diversos de la Amazonía ecuatoriana
La cascada mágica se desploma 50 metros sobre la Reserva Municipal El Chaco, en la provincia de Napo. Su bruma envuelve los higuerones y las paredes de roca arenisca tapizadas de musgo.
Es una de las siete cascadas que hay dentro las 67 mil hectáreas de la reserva; el 20% del cantón, El Chaco.
Forma parte de una cadena de montañas de la cordillera oriental y se extiende desde la parroquia sardinas hasta el sector Reventador, en el límite con Sucumbíos.
La ruta hacia el centro de este ecosistema comienza junto a la vía Interoceánica. Un sendero de tierra, flanqueado por ishpingos y bejucos, forma túneles naturales donde la humedad alcanza 92 %.
Su bosque está modelado por el agua. 12 ríos lo atraviesan, nacen de los deshielos del Cayambe, Antisana y Reventador, y se conectan en un sistema fluvial que desemboca en el río Coca, el afluente más importante de la zona.
Lea: Palmira es el único desierto de Ecuador que florece en medio de la adversidad
En el recorrido se suman arroyos y quebradas, más de 130 en tota, que bajan desde las montañas y abastecen a cerca de 9 000 habitantes.
El sendero está bordeado por la zona norte del Coca. En sus aguas habitan truchas, gualalas, sardinas y cangrejos de río que se han adaptado a temperaturas entre 13 y 18 grados.
Las rocas y arena en sus márgenes contrastan con la vegetación. Aquí revolotean al menos 33 especies de colibríes. Algunos como el “bronceado” destacan por el brillo metálico de su plumaje. El “pico de hoz”, en cambio, recorre flores de verbena usando su largo pico curvado para alimentarse de hormigas.
Y entre ellos, se mueve también el “bunga”, uno de los colibríes apenas mide 5 centímetros. Bajo tierra, el agua también ha esculpido el paisaje: hay al menos 300 cavernas en la reserva. En ellas se refugian unas 83 especies de murciélago que se mueven entre estalactitas y estalagmitas. La más grande tiene 60 metros de profundidad y está en el sector Gonzalo Díaz de Pineda.
Le puede interesar: Conozca el refugio de vida silvestre Manglares del río Muisne, el hogar de la garza rosada y la garceta azul en Manabí
Al regresar a la superficie, se escucha el canto del pájaro monja. En los claros del bosque sobresalen las flores del centropogon rojo, largas y tubulares, similares a una trompeta.
Hacia el nororiente, entre 1 500 y 1 700 metros sobre el nivel del mar, se alzan árboles de 200 años. Algunos, como los arrayanes, canelos y ciruelos, tienen troncos de cinco metros de diámetro. El Chinicuro se alimenta con sus hojas.
Se han identificado unas 350 especies de plantas. El cedro está presente en casi toda la reserva, es el árbol emblema. Lo rodean palmas de bombón que superan 25 metros de alto. Bajo sus copas se balancean con agilidad los chichicos y chorongos. Y en el suelo están el tapir y la guatusa.
Desde 2019, familias de 42 comunidades y el Municipio cuidan la reserva. Han sembrado 50 mil plantas en las riberas y han trabajado en la protección de las fuentes hídricas.
Leonardo Bajaña, habitante del sector el bombón, dice:
“Nos hemos organizado en la cabecera parroquial, es para que nosotros cada 15 días irnos a todos los afluentes con saquillos a recoger los desechos sólidos, entre ellos los plásticos”.
El 85 % del bosque permanece en estado natural. Casi al final del recorrido, en dirección a Quijos, un camino de tierra con pendientes pronunciadas se interna en una zona aún más espesa donde no se han abierto caminos. Allí, el verde de la vegetación parece no tener final.