La Tomatina española se convierte en catarsis popular a golpe de tomates
Cerca de 40 mil jóvenes procedentes de todo el mundo libraron hoy en Buñol, al este de España, la célebre batalla de la Tomatina, una fiesta popular convertida este año en un acto de catarsis colectiva para olvidar los efectos de la crisis a golpe de tomate.
Cerca de 40 mil jóvenes procedentes de todo el mundo libraron hoy en Buñol, al este de España, la célebre batalla de la Tomatina, una fiesta popular convertida este año en un acto de catarsis colectiva para olvidar los efectos de la crisis a golpe de tomate.
Esta guerra a tomatazos que se inició hace 67 años como un juego de jóvenes del pueblo concita cada vez una mayor atención en todo el mundo.
Los participantes europeos y asiáticos ya son parte habitual de este cuadro de tonos rojos, que este año recibió a visitantes de Australia, Brasil, Argentina o Letonia, entre otros muchos.
Los preparativos de este ritual, que se celebra el último miércoles de agosto, comenzaron ayer al atardecer con un maratón de fiestas, bailes y conciertos prolongado hasta el alba por los contendientes.
Después una tregua en reposo latente; último acopio de fuerzas sobre el césped de los parques o en el interior de sacos de dormir extendidos en plena calle a la espera de los camiones cargados de 120 toneladas de tomates que situaron a Buñol en el mapa de los festejos de Interés Turístico Internacional hace diez años.
Los convocados a este acto de purificación tomatera soportaron el calor y la expectación de las horas previas entre los puestos de bebida, comida y ropa que surgen en las calles de este pueblo de la costa mediterránea, tomadas también por oportunistas vendedores de gafas de buceo: la protección oficial contra los ácidos del tomate.
El uniforme mayoritario, al menos entre los que conocen de qué va este asunto, lo componen camiseta blanca y pantalón corto o bañador escogido con previsión de un posterior uso para trapos o depósito en el contenedor más próximo.
Algunos se atrevieron a completar la vestimenta con una peculiar protección craneal, un sandía vaciada y recortada en forma de casco.
También abunda el disfraz sin consigna establecida: conejos rosas, samuráis, cocineros, luchadores de kárate y trajes folclóricos españoles.
A medida que se acercaba la hora del lanzamiento tomatero, la estrecha calle por la que circulan los camiones entre miles de personas estaba repleta de sonrisas impacientes y caras asustadas ante el poco espacio a compartir por gente, vehículos de gran tonelaje y hortalizas.
A las once en punto, sonó el disparo de cohete que anuncia el estallido de la contienda, y entonces el centro histórico de casas blancas se transforma en un desastre rojo.