"Mad Max: Fury Road", el apocalipsis vuelve a oler a gasolina y rueda quemada
Aquí lo que importa de verdad es el frenesí, la velocidad y los desbarres del director Mil
Los macarras que en los años ochenta sembraron el pánico en una distopía desértica y poblada por enfermos de la velocidad regresan en "Mad Max: Fury Road", con Tom Hardy en lugar de Mel Gibson y, sobre todo, con Charlize Theron como la Imperatora Furiosa, desde ya un nuevo icono de las "hembras alfa" en el cine.
La película, estrenada fuera de competición en Cannes, solo se toma algún respiro ocasional para ofrecer pinceladas del pasado y la personalidad de sus protagonistas.
La carga de los esbirros del malvado Inmortan Joe (Hugh Keays-Byrne) tras un vehículo en el que un guitarrista enmascarado puntea acordes heavy en una guitarra lanzallamas mientras un grupo de percusionistas toca tambores de guerra producirá indignación o hilaridad, según el espectador.
La historia no da lugar a grandes matices: la Imperatora Furiosa rescata a las cinco esposas de Inmortan Joe para tratar de llevarlas a su lugar de origen, una especie de tierra prometida.
A Mad Max, un poco de vuelta de todo, no le quedará más remedio que ayudar a las damiselas en apuros, aunque en este caso ellas sean de armas tomar.
Miller confiesa, en una entrevista con Efe, que no tenía intención de retomar la saga, pero hace quince años comenzó a darle vueltas en su cabeza y finalmente se lanzó a actualizar su epopeya germinal del género postapocalíptico.
Sin ser una comedia, Miller también pretendía hacer reír: "Tuvimos unas cuantas reglas que compartimos con la gente que trabajaba con nosotros, y una de ellas era: solo porque sea el apocalipsis no quiere decir que la gente tenga que perder su sentido del humor...".
Tras el estruendo de los motores y las explosiones, Miller reconoce que trató de rodar la película "como si fuese a ser muda" para luego incorporarle el sonido y la música, que abarca desde el rock más estruendoso al Réquiem de Verdi.
Siete meses de rodaje en el desierto de Namibia y en Australia (país de origen de Miller y de la saga) dieron paso a una intensa labor de montaje y postproducción, donde todas las ideas aparentemente inconexas del director cobraron sentido.
El heredero del legado de Mel Gibson tuvo que pedir perdón al director por toda la frustración acumulada cuando por fin vio la película, ya que solo entonces consiguió "entender de qué estaba hablando George".
"Cuando no hay diálogo, hacer películas es como un mosaico y no sabes dónde va cada pieza. Para hacerlo todavía más complicado lo hicimos con vehículos reales, personas reales, en un desierto real durante siete meses. No había ni un día en que no pensara: "Estamos locos haciendo esto...", agrega Miller.