Paro: ¿a qué juega Noboa?
Puede haber dos formas de interpretar el desdén con el que el Gobierno maneja el paro en Imbabura, que lleva un mes de bloqueo y tortura colectiva a la población de esa provincia.
Uno: el fracaso absoluto de toda su estrategia de contención de las manifestaciones y apertura de vías bajo el escenario de que el Régimen nunca pensó en retroceder con la eliminación del subsidio al diésel.
Dos: que este mes de hostilidades en esa zona del país no es más que un laboratorio para saber, hasta qué punto, la sensación de caos incide política y electoralmente en la consulta popular.
Cualquiera que sea la lectura, el mensaje de Carondelet es desafortunado.
Pensemos que el paro, según la primera hipótesis, se fue de las manos del presidente Noboa y que sus acciones erráticas (no dialogar de manera genuina ni construir una narrativa sólida frente al despiste de las dirigencias indígenas) llevan a que las cosas se zanjen por la fuerza. Y, claro, como un operativo de ese tipo implica riesgos muy altos como la integridad y la vida de seres humanos, el Régimen ha evitado dar un paso así de radical.
Es bueno, por supuesto, que exista ese cuidado porque el Estado es el garante de los derechos humanos de toda la población.
El problema ocurre cuando el Régimen cae en limbo; en el vacío conceptual, en el inmovilismo. No hace nada sin importar que medio millón de imbabureños sienta el peso de la anarquía y que los violentos controlen la vida de ciudades como Otavalo.
Dejar que el Estado abandone a los ciudadanos a merced de ese terror es un síntoma de indolencia inaceptable. Si la mano dura no es la salida, entonces abran la baraja y dialoguen o permitan que terceros desactiven esa bomba de tiempo. Imbabura ha sido humillada, en buena medida, por falta de una estrategia clara para solucionar el paro sin tener que ceder con lo del diésel.
Vamos con la segunda hipótesis, es decir, la teoría del caos. Permitir que Imbabura colapse para que el país repudie ese conflicto y apoye al Gobierno, más allá de su inacción. Esta forma de entender la crisis no está libre de riesgos políticos que pueden serle contraproducentes.
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Noboa apuesta por el desgaste absoluto del movimiento indígena. Y en buena medida esto le ha dado resultado. La dirigencia de este sector ha sido completamente torpe porque no instaló bien su consigna anti diésel. Sus líderes se desvanecieron en la demagogia y los pedidos absurdos, al tiempo que han permitido que los violentos tomasen el control de la protesta y hayan convertido a Otavalo, Cayambe y Cotacachi en verdaderos infiernos, donde se cubren vías con estructuras metálicas, se colocan clavos en el pavimento y se especula de forma inclemente con los víveres y el gas.
Noboa puede desgastarse aceleradamente si la estrategia del abandono genera indignación nacional. Por tanto, pensar en que el caos va a darle la razón en la consulta popular es una jugada audaz, pero muy delicada.
Ya sea que, por falta de habilidad o excesivo cálculo político, Imbabura siga sitiada, es un hecho repudiable del que el Gobierno no podrá deslindarse.