De las alcaldías y otros demonios

Fotografía de archivo de Aquiles Álvarez.()
08 jul 2025 , 18:00
Carlos Rojas

El alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, quiso golpear a un dirigente comunal el fin de semana, llamándole delincuente y extorsionador, pues dijo que pretendía sacarle al Municipio 70 mil dólares por un terreno. El incidente quedó registrado para las cámaras; ya se verá cómo evoluciona.

La alcaldesa de Manta, Marciana Valdivieso, pidió al Gobierno nacional intervenir en la Empresa Pública de Movilidad de ese cantón manabita, tras saberse que los tentáculos de alias Fito dominaban esa institución. Esperó a que se lograra su recaptura para clamar ayuda; seguramente tenía miedo hacerlo antes, por obvias razones.

Y el caso más preocupante es Durán, un cantón fallido, donde las autoridades administrativas y demás funcionarios han terminado cooptados por el hampa y donde los grupos de delincuencia organizada, además de sus actividades habituales como el narcotráfico y la extorsión, hoy se dedican a manejar la administración de toda una alcaldía. La noción de futuro simplemente ha dejado de existir para los ciudadanos.

El alcalde Luis Chonillo gobierna desde EE.UU., asegurando que su vida corre riesgo, mientras la Fiscalía lo investiga por presuntos nexos con alias Negro Tulio, mafioso deportado desde Panamá.

Difícilmente, las medidas que el Ministerio del Interior y la Policía anunciaron para Durán, como la intervención de cinco instituciones de ese cantón, resolverán sus graves problemas administrativos. Puede ser que el Gobierno tiene el deseo de hacerlo: un afán patriótico por sacar a la quinta ciudad más poblada del país del marasmo absoluto y la corrupción.

Pero este tipo de ayuda, tangencial, coyuntural, también puede estar pensada desde el cálculo político y la popularidad. Y eso servirá de muy poco, si es que junto a ella no brota un verdadero proyecto de transformación y limpieza ética, así como de rescate social, donde la Presidencia de la República solo es uno de los actores convocados.

El resto pasa por las universidades, la empresa privada, la cooperación internacional, la fuerza pública, los sectores culturales y deportivos. Pero, sobre todo, por la calidad de los políticos que desean gobernar estas localidades.

En un año, la campaña electoral para renovar los gobiernos locales habrá empezado y sus vecinos se saturarán de promesas torpes y el más burdo engaño. Doce meses es muy poco para que emerja una clase política honesta, moderna y valiente; dispuesta a levantar a Durán. O que la trágica transición que puso a la alcaldesa Valdivieso al frente de Manta, por el asesinato mafioso contra Agustín Intriago, haya obligado a que sus electores mediten su voto y elijan a un líder virtuoso.

Y que, en lugar de peleas y comentarios chabacanos, se propicie un debate en Guayaquil sobre cómo evitar que el clientelismo destruya las estructuras sociales de esa urbe y no haya más escenas bochornosas como la del sábado pasado.

Si los electores no exigen a sus fuerzas políticas un verdadero plan de transformación para sus ciudades, gran parte de las alcaldías ecuatorianas, así como de sus prefecturas, seguirán a merced de los demonios.

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