El fútbol pierde vs. la mafia
La violencia volvió a golpear al fútbol ecuatoriano con una fuerza devastadora. El asesinato de Jonathan González, a sus 31 años, no es un simple crimen en un país sitiado por la inseguridad: es la confirmación de que el deporte más popular del Ecuador está siendo secuestrado por mafias que encuentran en el fútbol de provincias un terreno fértil para imponer miedo, apuestas ilegales y extorsión.
El caso de González expone la crudeza de un fenómeno que ya venía gestándose en silencio. El capitán del 22 de Julio, un club de la provincia de Esmeraldas que compite en la Serie B, fue "sentenciado" por no cumplir con los intereses de quienes movían dinero en apuestas deportivas, según las primeras versiones de sus allegados.
Cuentan que a los jugadores de 22 de Julio les exigieron perder el partido contra Chacaritas, pero terminó empate y eso fue castigado con amenazas, hostigamientos y, finalmente, la muerte de González, un jugador de amplia trayectoria en la primera división de Ecuador y que incluso jugó en el extranjero.
Lo de Esmeraldas se suma a la tragedia de Manta, donde hace apenas dos semanas fueron asesinados los futbolistas Maicol Valencia y Leandro Yépez, del club Exapromo de la segunda división, en un ataque armado dentro de un hostal.
Según la Policía, el ataque iba dirigido a los futbolistas de ese equipo de la provincia de Manabí, que compite en el Nacional de Ascenso, lo que confirma que los jugadores ya son objetivos directos de estructuras criminales.
Y no son hechos aislados. En 2024, vimos con asombro un video donde unos criminales encapuchados tenían a futbolistas de Chacaritas FC en el suelo, apuntados con armas largas, amenazados por apuestas ilegales; en 2022, jugadores de Insutec fueron intimidados con armas dentro de un estadio en Los Ríos.
A esto se suman las constantes denuncias de extorsiones y secuestros que golpean a los propios jugadores o a sus familias.
No estamos hablando de rumores de camerino ni de excusas deportivas. Jugadores han reconocido —bajo anonimato por miedo— que han recibido mensajes intimidatorios, llamadas extorsivas y presiones para “arreglar” resultados.
Clubes obligados a dejarse golear, presidentes escondidos, familias aterrorizadas: ¿qué clase de espectáculo futbolístico puede resistir bajo estas condiciones? Lo que se juega en canchas como la del 22 de Julio o la del Exapromo ya no es solo un resultado deportivo, es la supervivencia de quienes visten la camiseta.
El asesinato de Jonathan González, de Maicol Valencia y de Leandro Yépez debería encender todas las alarmas. No basta con condolencias ni con comunicados de rutina. Se necesita acción decidida del Estado, de la Federación Ecuatoriana de Fútbol y de la propia LigaPro para blindar la actividad deportiva de la injerencia criminal.
Estos crímenes son un aviso doloroso de que la violencia amenaza con destruir la esencia misma del deporte. Hay que ponerle un alto, rápido, con acciones concretas.