Amante de la noche, de los boleros bien cantados, de las mujeres bonitas y de tomarse un trago con sus amigos; Julio Alfredo cobraba vida cuando la ciudad comenzaba a dormir. Como buen bohemio que fue, amaba la buena conversa, el chiste contado con picardía y el brindar un trago a un conocido. Las cantinas donde pasó horas son hoy talleres, almacenes o están en arriendo; pero en la memoria del barrio, de la gente, del pueblo siempre serán los templos donde cantó el más bacán de los cantantes que ha parido esta tierra.
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