07 sep 2017 , 10:30

La controvertida práctica sexual en la Antigua Grecia que hoy no sería aceptada

Una de sus particularidades es que percibía al sexo como un origen infinito de placer.



La civilización griega fue una de las más esplendorosas e importantes en la historia de la humanidad, constituyéndose en uno de los fundamentos culturales de la civilización occidental gracias al desarrollo de la democracia como sistema político, el aporte al pensamiento filosófico, científico, y sus reflexiones y creaciones artísticas en campos como el teatro, la literatura, la arquitectura y la escultura.

 

Según un artículo de guioteca.com, una de las particularidades de esta cultura, que ejercería una decisiva influencia cultural sobre la civilización romana, tuvo que ver con que percibía al sexo como un origen infinito de placer. Por ello, los antiguos griegos, amantes de la belleza y creadores del hedonismo, profundizaron mucho en las artes amorosas y variaciones que el sexo podía ofrecerles, adoptando una serie de prácticas que, vistas desde la moral actual, podrían ser catalogadas de inmorales, depravadas o promiscuas.
 

La rica mitología griega, plagada de Dioses, semidioses, héroes y otras criaturas míticas, abundaba en historias sexuales (con amoríos tortuosos, infidelidades y hasta violaciones), lo que ayudaría a explicar la aceptación de tales prácticas en la sociedad griega, ya que sus modelos a imitar eran las mismas divinidades que habitaban el Monte Olimpo y en otros lugares de la Hélade.
 

En la Cultura Minoica o prehelénica, para venerar a la Madre Tierra, tanto hombres como mujeres se internaban en el bosque para sacrificar animales como ofrenda a los dioses. Este ritual, al parecer, servía para satisfacer todos sus apetitos sexuales con prolongadas horas de sexo masivo hasta que los participantes quedaban exhaustos y saciados.

 

 

 

 

 

 

 

Con la irrupción de la cultura micénica, los matrimonios de los aqueos (llamados así por el poeta Homero) son descritos por poseer una sexualidad muy fuerte y características algo primitivas. La esposa debía traer consigo una esclava, para así convertirla en la concubina de su marido por si se producía la circunstancia de  que ella no pudiera tener hijos. La mujer aquea dependía totalmente del marido y debía aportar al matrimonio una dote. A la muerte del marido, su hijo podía desprenderse de ella, venderla a un nuevo marido o devolverla a su antigua casa.
 

La principal función de la mujer era procrear y cuidar de sus hijos, sobre todo de los varones, que eran quienes daban continuidad al linaje familiar. La fórmula matrimonial usual de la época decía: “Te entrego a esta mujer para la procreación de hijos legítimos”. Las mujeres, a quienes se les enseñaba a asumir el papel de madres y se les excluía de la educación formal, solían casarse a los 14 o 15 años. La mujer debía estar en casa, alejada de las miradas y solo se le permitía asistir a funerales o a determinados festivales, sin embargo, no era raro que algunas mujeres aprendieran por su cuenta a leer y escribir y a tocar instrumentos musicales.
 

Tanto Platón como Sócrates plantearon la igualdad entre hombres y mujeres dentro del matrimonio, pero fracasaron, mientras que Aristóteles postulaba la inferioridad de la mujer respecto al hombre.
 

La prostitución en la Antigua Grecia

 

En la época en que Atenas, en el siglo IV o V A.C., se transformó en la ciudad estado más importante de Grecia es cuando se desarrolló en todo su esplendor la prostitución, con la proliferación de prostíbulos y casas de citas. Estos lupanares o prostíbulos estaban situados por lo general en los barrios portuarios y estaban destinados a satisfacer a la gente pobre (la prostitución más baja en Atenas se daba en los barrios bajos de Pireo), mientras que los destinados a atender a las clases adineradas se asentaban en lugares discretos y alejados. Se cuenta que en el templo de Afrodita en Corintio había cientos de prostitutas ejerciendo su oficio para las masas.

 

 

 

 

 

 

La mayoría de las prostitutas en los burdeles eran esclavas o extranjeras, aunque existían otras prostitutas de nivel superior que eran conocidas como hetairas (palabra que significa “acompañamiento femenino”), mujeres que tenían en muchos casos grandes conocimientos y solían competir en cultura con los hombres. La más famosa de ellas fue Aspasia de Mileto, una mujer que fue maestra de retórica y tuvo una gran influencia en la vida cultural y política de Atenas. Aspasia, que al parecer dirigió un burdel, fue la amante durante años de Pericles, célebre político griego con quien incluso tendría un hijo.

 

 

 

 

 

 

 

Las hetairas de Atenas eran cortesanas y mujeres de compañía de clase alta que, además de ofrecer belleza exterior, se diferenciaban del resto de mujeres atenienses por el hecho de que recibían una buena educación (a menudo tan alta como en el caso de Aspasia). Además, tenían independencia económica y pagaban impuestos. Eran, probablemente, lo más cercano a mujeres liberadas que había en la sociedad ateniense y Aspasia, que se convirtió en una importante figura en su sociedad, era probablemente el ejemplo más obvio. Aspasia, al encontrarse libre de las restricciones legales que tradicionalmente confinaban a las mujeres griegas casadas al ámbito del hogar, estaba por tanto capacitada para participar en la vida pública de la ciudad.

 

 

 

 

 

 

Otra hetaira famosa fue Friné, una mujer nacida en Tespia que debido a su origen humilde, se trasladó a Atenas, donde perfeccionó sus prácticas amatorias al punto de transformarse en una de las hetairas más demandadas por las élites atenienses. Otra hetaira célebre fue Lais de Corintio, quien se convertiría en amante de personajes como Demóstenes, Aristipo y Alcibiades. Si bien era pequeña de estatura, fue utilizada como modelo de escultura debido a su gran belleza. Después de ser considerada una “hetaira de lujo”, finalmente se casó con un hombre anciano y rico del cual heredó una gran fortuna.
 

Debido a la presencia de las hetairas, eran frecuentes en la Antigua Grecia las reuniones llamadas simposios, que eran fiestas refinadas de comidas y bebida, donde no podían estar las esposas, pero sí las hetairas.

 

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