16 sep 2016 , 04:15

El problema no es Rodrigo Collaguazo

Un análisis sobre la coyuntura política ecuatoriana por Carlos Rojas Araujo.

Opinion

 

Hay varias dimensiones desde donde evaluar y ejercer la política. Una de ellas es la militancia activa, campo en el cual el señor Rodrigo Collaguazo ha ganado cancha, desde sus años de campesino combativo contra los gobiernos ‘neoliberales’ hasta hoy, cuando se muestra como un incondicional defensor en la calles de las causas correístas. 

 

Collaguazo, además, ha pasado de la militancia ‘en territorio’ a dar entrevistas en los canales de televisión, para dar rienda suelta a su ironía y su capacidad para insultar –sin mucha creatividad- a sus oponentes.

 

Hasta aquí no hay de qué sorprenderse. El señor Collaguazo es un representante más de la cultura política ecuatoriana.  El problema surge cuando se analiza su desempeño desde una dimensión ética, quizás la faceta más delicada e importante para quien le interese construir una carrera digna en el servicio público.

 

Flaco favor hace a su gente un dirigente campesino que en las cámaras de televisión es capaz de suavizar una denuncia muy grave: que militares en servicio activo den clases de defensa y combate a civiles dispuestos a integrar fuerzas de choque en manifestaciones públicas. 

 

En las redes sociales circulan varios videos donde más de 50 personas reciben instrucciones de un supuesto militar, muy entusiasmado en parecerse a Carlos Michelena. En el famoso picnic organizado por Collaguazo, y por la también militante correísta Carla Delgado, los instructores hablan de estrategias de comunicación, supervivencia y defensa durante manifestaciones callejeras.

 

En la última entrevista que dio a Contacto Directo, el dirigente campesino niega que las tomas en las que él aparece en un parque correspondan a las mismas en las que los uniformados imparten la charla de defensa. Sin embargo, es fácil cuestionar su versión, no solo porque las locaciones son las mismas, sino porque en varias tomas se puede ver que la gente que se entrenó con los uniformados, luego formaron filas para aplaudir a Collaguazo.

 

En los videos que circulan por las redes (y que por advertencia del Ministerio de Defensa, los medios deben pensar dos veces antes de difundirlos), es fácil seguir la secuencia del famoso taller-picnic. En las distintas escenas, hay una mujer vestida con una malla gris ceñida a su cuerpo y una camiseta sin mangas de rayas blancas, celestas y rosadas, así como un hombre de camiseta roja con un estampado blanco en el centro.

 

Pese a lo contundente de los videos, no debe causar sorpresa que este dirigente insista en su versión y, como ya es costumbre en el Ecuador, intente deslegitimar al mensajero. En política se tuesta granizo y en un Estado de propaganda, la verdad oficial será la que se imponga.

 

Collaguazo no es el problema: sus principios éticos y sus convicciones correístas son suyas, de nadie más. El problema es que aparentemente existan estructuras militares, que debiendo estar al servicio de todo el país, entrenen fuerzas de choque que eventualmente se podrían enfrentar a otros ecuatorianos.

 

El problema sería que la Fiscalía, luego de la investigación que ha prometido, no se tome en serio estas denuncias y videos y termine desestimando las responsabilidades de quienes organizaron estos ‘inofensivos talleres’.

 

El problema sería que el señor Collaguazo siga haciendo gala de su militancia verde flex, sin que Alianza País, por respeto al resto de su militancia, no le lleve al Consejo de Disciplina y le exija cuentas, como sí ocurrió, por ejemplo, con las mujeres asambleístas que se atrevieron a proponer la despenalización del aborto, en el 2013, contrariando la moral gubernamental. El problema es de ética política. 

 

 

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