20 ago 2014 , 11:01

Los chinos dejan de comer aletas de tiburón tras campañas en contra

Las aletas se le cortan a los tiburones vivos que después son devueltos al mar para morir.

En el último piso de un gran mercado de Cantón se encuentran los mejores vendedores de una especialidad china de lujo, la aleta de tiburón, pero los clientes están desertando del lugar y la mercancía invendida llena las estanterías.

 

En este piso del mercado de Shanhaicheng, en un barrio trepidante de la metrópoli del sur de China, un comerciante sin nada que hacer almuerza tranquilamente.

 

Los pasillos están casi vacíos. Sus colegas, con aspecto de aburrimiento, están rodeados de enormes sacos de aletas secas de decenas de miles de euros.

 

Esta atmósfera sepulcral contrasta con la animación reinante en las callejuelas de los alrededores, donde hormiguea una muchedumbre compacta.

 

"No como aleta de tiburón", dice Ling, joven comerciante sentado entre pilas de estrellas de mar secas y champiñones.

 

"Es sucio, cruel y muy caro", asegura. "La gente piensa que comerlas les da importancia. No es cierto, incluso he oído decir que ni siquiera son tan ricas".

 

Regusto de crueldad

La sopa de aletas de tiburón, cuyo precio puede llegar a los 1.600 yuanes la ración (260 dólares), ha sido durante mucho tiempo uno de los platos chinos más apreciados, célebre tanto por sus virtudes medicinales como por ser símbolo de riqueza. Dicen que la textura es un poco gomosa con cierto gusto a yodo.

 

"Un proverbio dice que comer aletas es bueno para la salud", subraya el empleado de un almacén de pescado seco.

 

Sin embargo, desde que el gobierno lo ha prohibido en sus banquetes y que la campaña apoyada por varias estrellas -entre ellas el antiguo jugador de baloncesto de la NBA Yao Ming-, ha denunciado la crueldad, la aleta de tiburón ha perdido su lustre.

 

Organizaciones medioambientales llevan décadas luchando contra su consumo, ya que la práctica del aleteo diezma a las poblaciones de tiburones ya de por sí muy amenazadas.

 

Las aletas se le cortan a los tiburones vivos que después son devueltos al mar para morir ya que no pueden sobrevivir. La práctica está prohibida en un tercio de los países del mundo, según Pew Environment Group. 

 

En China, primer consumidor de aletas de tiburón, el gobierno se ha sumado a la batalla.

 

En 2012, el Partido Comunista anunció que las aletas, sopas de nidos de golondrina y otras exquisiteces a base de animales salvajes, estarían prohibidos en las cenas oficiales para dar ejemplo en materia de protección de las especies en peligro.

 

De todas formas, la ambiciosa campaña anticorrupción ha puesto fin a los suntuosos banquetes organizados a todos los niveles de la administración.

 

Combatir la demanda

Al mismo tiempo, la ONG WildAid ha lanzado una campaña dirigida a los consumidores: "Si dejan de comprar, las matanzas se acabarán". Según la ONG, la demanda ha caído desde entonces.

 

En Cantón, la capital industrial de las aletas, la caída de las ventas ha sido drástica.

 

El precio al público ha caído en la ciudad un 57% de media y un 47% al por mayor, según un estudio de WildAid difundido este mes

 

Según los vendedores de aletas interrogados por la AFP, la demanda de particulares también ha caído considerablemente.

En Hong Kong, el consumo también se hundió en 2012 a la mitad, según datos adelantados el año pasado por una federación profesional.

 

"Cuanto más consciente es la gente de las consecuencias, menos ganas tiene de participar en este comercio", dijo el director ejecutivo de WildAid, Peter Knight.

 

La prohibición del gobierno "ha contribuido a enviar el buen mensaje, esto podría convertirse en un modelo para luchar contra problemas como el marfil", sugiere.

 

El elegante restaurante Ah Yat Abalone, en Cantón, está siempre lleno. Pero según la gerente Ye Chaoping, los clientes vienen sobre todo a degustar las orejas marinas -un marisco amenazado también con la sobrepesca- y no por los platos de aletas que figuran en el menú.

 

"Como ha habido muchos mensajes en la tele, la gente no los piden y los funcionarios tampoco osan hacerlo", explica.

Liu, una empresaria cantonesa de 36 años, dice en un centro comercial vecino que dejó de comer aletas "hace dos o tres años". "Tiene prácticamente el mismo gusto que una verdura. ¡Realmente no vale la pena matar a un animal por eso!", asegura.

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