01 dic 2014 , 02:19

Recorra las ruinas de Ingapirca, un tesoro arqueológico de Ecuador

Ingapirca es el sitio en el que se reunían los cañari para observar el sol, las estrellas y la luna.

La Ruta del Sur de 'Ecuador Sobre Ruedas' muestra la riqueza arqueológica y turística de tres provincias: Cañar, Azuay y Loja. El reportero Rafael Hernández comeMzó su recorrido en las ruinas de Ingapirca, en la provincia de Cañar, ubicadas a 80 kilómetros al noroeste de Cuenca, el más grande complejo de ruinas de dos culturas andinas del país. 

 

Este primer destino es especial porque estaba ahí mucho antes de que siquiera se pensara en construir carreteras y también antes de que se levantaran los pueblos que se encuentran a su paso. Un destino que fue edificado antes de que Ecuador fuera Ecuador.  

 

Esther Muñoz es una de ocho guías del complejo arqueológico. Ella dice con orgullo que por sus venas corre sangre de los aborígenes cañari, uno de dos pueblos que ocuparon este sitio: “Según la cronología, las dos culturas están en diferentes épocas obviamente, y la Cañari es la más antigua, se ubica entre los 400 a 900 años antes de Cristo”. 

 

Ingapirca no era precisamente una ciudad, era más bien un observatorio, el sitio en el que se reunían para observar el sol, las estrellas y la luna, para así conocer el tiempo y el clima. “Básicamente es para la agricultura, si conocemos de manera clara las fases lunares, sabemos en qué época nos encontramos, cuándo realizar y cuando no realizar la agricultura”.

 

El calendario Inca funcionaba con espejos que se forman al llenar con agua los surcos en rocas que estaban colocadas en sitios específicos. El año tenía 13 meses de 28 días. La estructura más grande e importante del sitio es el castillo del sol, que en un día movido recibe hasta 1200 visitantes, está entre las ruinas de menor antigüedad en Ingapirca y sin embargo, pasa de los 500 años.

 

“Todo lo que corresponde a la arquitectura incaica es piedra sobre piedra, perfectamente colocada una sobre otra”, agrega Esther.

 

Con una corta caminata se llega hasta una pendiente en la que algunos ven la forma de un rostro humano. La cara del Inca, le dicen. 

 

A unos 15 minutos de las ruinas se encuentra Tambo, un pequeño pueblo que busca en el turismo una opción económica. 

 

Un autoferro hace recorridos hasta otras ruinas arqueológicas, mientras que en el centro comunitario se mantiene un museo donde se observan diferentes utensilios de cocina, de casa y también ornamentales. Son pequeños indicios de cómo era la vida de los cañari. 

 

Rosalino Guamán, líder comunitario, explica que son un patrimonio local: “Toda estas cerámicas son de las culturas preincaicas, precañaris, porque aquí había culturas autóctonas, de muchos siglos atrás”.

 

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