28 jul 2015 , 09:02

Las intermitencias de la muerte

La palabra poderosa de Saramago convierte el destino de los humanos en una vejez eterna.

Por Allen Panchana Macay

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¿Qué pasa si la muerte desaparece? En un país sin nombre se produce algo nunca visto: la gente deja de morir. La euforia colectiva se desata, por el sueño de la inmortalidad, pero enseguida aparecen el caos y la desesperación.

 

Hospitales atestados de enfermos agonizantes, negocios quebrados (como las funerarias que ahora ofrecen entierros especiales de animales), mafias que se alían con el Gobierno para hacer cruzar la frontera a quienes, simplemente, quieren o deben dejar de existir. Porque en los otros países el ciclo de la vida sigue su curso. Y todo, incluso la muerte, sirve para la corrupción. 

 

Aquí, en un lugar sin nombre, José Saramago (Portugal, 1922-España 2010) sorprende con su mordaz crítica social.  Fiel a su estilo, el nobel de Literatura retrata en “Las intermitencias de la muerte” las contradicciones de la sociedad. El solo arranque de la novela enamora: “Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada”.

 

La palabra poderosa de Saramago convierte el destino de los humanos en una vejez eterna. Los ancianos serán detestados por haberse transformado en estorbos invencibles. Hasta el día en que la muerte decide volver, a cuentagotas… 

 

Son 274 páginas de emoción pura, con una prosa cargada de ritmo y también de irreverencia: Saramago hace lo que le da la gana con los signos de puntuación. Destroza los convencionalismos. Se rebela.  Y tiene todo el derecho. Al genio portugués se le perdona todo. “Intermitencias de la muerte” (Alfaguara, 2005) cumple una década sorprendiendo al mundo de la Literatura, como también en su momento lo hicieron otras de sus grandes obras, como “El evangelio según Jesucristo” o “Ensayo de la ceguera”. 

 

En “Intermitencias de la muerte”, sin embargo, hay una narrativa muy superior, de gran fecundidad literaria y, sobre todo, filosófica, al abordar el complejo tema del día final, cuando debemos abandonar el mundo, queramos o no. 

 

No quiero develar detalles, pero en el libro pasan unas cosas tan locas que no sé cómo describirlas. Aquí una perla: “Cuando la muerte, por su cuenta y riesgo, decidió suspender su actividad a partir del uno de enero de este año, no se le pasó por la cabeza la idea de que una instancia superior de la jerarquía podría pedirle cuentas del bizarro despropósito, como igualmente no pensó en la altísima probabilidad de que su pintoresca invención de cartas color violeta fuese vista con malos ojos por la referida instancia u otra de más arriba”. 

 

La muerte es protagonista… El problema es que, al regresar, es bipolar… Y selectiva… Y enamoradiza… Tanto que para tener el privilegio de morir debe llegarle la carta violeta… Hasta que uno se resiste…. Y la muerte… Y la muerte, pues… Eso no se los voy a contar. Mejor embébase de Saramago y su magnífica “Intermitencias de la muerte”. 

 

 

 

*Esta columna va dedicada a mi querida amiga, consejera y referente de ser humano, Teresa Arboleda. Gracias, Teresita, por traerme desde España este libro, que no hay en stock en ninguna librería de Ecuador. Y gracias, también, por ser la eterna cómplice de mi  carrera y mi vida. 

 

 

Este texto está clasificado como Opinión 

 

 

 

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