11 abr 2016 , 10:10

Honrando a mis padres

Nuestros padres, ellos hacen lo mejor que pueden.

Estábamos todos reunidos, en uno de esos momentos que eximen tristezas y juicios. En un almuerzo familiar, donde mis tíos, mis primos, sus hijos y mi madre conversábamos alrededor de una mesa pequeña en una hacienda llamada `Mividita´. Todos girábamos en torno a ella: mi abuela, una mujer de casi noventa años.

 

 

En esa sala abierta, detrás de todos, al fondo en una pared al lado del cuarto principal, estaban las dos fotos en blanco y negro. La que mostraba a un hombre guapo, fuerte, radiante, con su mirada casi de perfil, y la foto de ella, con una sonrisa un poco tímida, poniendo en evidencia la juventud que la envolvía.

 

Eran mis dos abuelos maternos, perpetuados en dos imágenes, que quedarán impresas para siempre. Eran mis dos abuelos, los que trajeron a la vida a todos los que estábamos ahí reunidos, conversando entre risas y recuerdos.

 

La escena, que ya fue hace algunos años, me queda guardada en la cabeza y seguro mucho más en el corazón, porque cada vez que recuerdo esa imagen entiendo que la vida de cada uno de nosotros es una consecuencia de la unión de dos personas que decidieron darnos la vida: nuestros padres.

 

Ellos, quienes sin planificarlo o pensar cómo iban a hacerlo, entregaron todo por darnos el respiro y el pulso del corazón. Los padres son como esa semilla perfecta de una planta que logra germinar, pero también son el nido donde el pájaro se guarda mientras crece y se alimenta, los padres además son las alas de un ave fuerte que sale a aventurarse con su vuelo y son como la tierra fuerte y fértil que todo lo hace posible.

 

Nuestros padres, ellos hacen lo mejor que pueden. Ellos no solo nos dan la vida, sino que, mientras están creciendo e intentando resolver sus vidas, levantan sobre si a unos pequeños indefensos a quienes, además de darnos el techo y la comida, deben erguirnos con lo mejor que ellos tienen dentro.

 

Entonces, sus valores, sus deseos, sus frustraciones y hasta sus miedos son desafiados porque tienen junto a ellos a lo más cercano a su integridad. Sus hijos, esos seres que comparten su sangre, sus células, sus genes y hasta su físico. Ellos llegan con la misión de ser acompañados y guiados, y así mismo, de acompañar y enseñar.

 

Los hijos también enseñamos a los padres, y los padres nunca dejan de enseñar con cada acción a sus hijos. 

 

Por eso hoy pongo en palabras aquella ley que ahora conscientemente comprendo. No me queda duda: debemos honrar a nuestros padres.

 

 

Nadie les enseñó a ser padres, nadie les dijo cómo tenían que cuidarnos desde que nacimos, nadie les impuso el amor incondicional que tienen por nosotros, nunca entraron a una carrera para ser los mejores papás. Simplemente, ellos dan todo lo que tienen, y hacen lo mejor que pueden, por entregarnos todo su aprendizaje, por compartir todas sus experiencias, por darnos una guía y abrirnos el camino. Porque ellos quieren, siempre quieren, que nuestra ruta sea menos dura, que en el transcurso estemos seguros y que al final siempre seamos felices.

 

Por eso hoy, también reafirmo y con convicción destaco la importancia de honrar a nuestros padres: porque no son perfectos, porque son humanos, porque también se equivocan y, precisamente, porque son tan valientes de llevarnos adelante a intentar ser siempre mejores personas. 

 

Mi admiración, respeto y homenaje a todos ellos. Espero que, cuando la vida me ponga el reto de estar en su lugar, también pueda dar lo mejor de mi, para que mis hijos entreguen a este mundo lo mejor de si. 

 

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