13 abr 2017 , 12:00

Pablo Córdova y Ángel Mera, atrapados por un hotel

Dos manabitas que, bajo el peso de un hotel, le ganaron la batalla a la muerte.

Cinco pisos se derrumbaron sobre Pablo Córdova y Ángel Mera, el 16 de abril de 2016. En la recepción de los hoteles El Gato y Cabrera, ubicados en la avenida Pedro Gual de Portoviejo (Manabí), la lucha por la vida arrancó a las 18h58.

 

Un celular y una linterna cargados bastaban para escapar de la muerte en el excorazón financiero de la capital manabita.

 

El recepcionista Pablito -como lo llaman sus amigos- no parece haber soportado toneladas de concreto sobre él. Su mirada refleja gratitud y confianza, ríe mucho y no se incomoda al recordar todas las maniobras que hizo por 47 horas, bajo los escombros de El Gato.

 

Antes de ser rescatado por un grupo de bomberos colombiano, Pablito bebió su orina para no deshidratarse, se cortó varias veces los dedos y la espalda para alcanzar un celular e hizo seis llamadas hasta que le respondieron.

 

Su rescate fue una inyección de esperanza para un país devastado. 

 

"En un momento pensé cómo iba a ser mi muerte (...) escuchaba las máquinas y creí que hasta ahí llegaría (...) Al pensar cómo estaría mi familia entré en pánico, pero luego me dije tienes que controlarte y puse mi mente en blanco". 

 

Mientras Pablito trataba de mantener la calma, su esposa y cinco hijos -quienes afortunadamente no resultaron heridos- lo buscaban por Portoviejo.

 

El ataúd para Pablito ya estaba listo en casa. Pero las prácticas de yoga, karate, los videos de superviviencia y las incontables lecturas en la recepción del hotel contribuyeron a que ese no fuera su siguiente destino.

 

Un año después del terremoto de 7,8 de magnitud,  cuenta que ha superado las pesadillas que lo atormentaban por la noche. Recibió ayuda psicológica durante varios meses y las sesiones le “sacaron todo lo malo que había dentro”.

 

Un punto de quiebre en este periodo fue la implosión del icónico Centro Comercial Municipal, el pasado 29 de julio de 2016. Al hablar sobre esto, su rostro cambia, desaparece la sonrisa y su discurso se vuelve pausado.

 

"Desde pequeño recuerdo que ese sitio era una referencia para encontrarse con los amigos, si alguien salía decía nos vemos en la pileta del Centro Comercial (...) El día de la implosión fue un golpe terrible (…) sentí cómo se fue gran parte de mi vida". 

 

Pablo Rafael Córdova Cañizares cumplirá 53 años el próximo 12 de mayo, ahora trabaja en el área de mantenimiento del ECU 911 de Portoviejo. En sus tiempos libres aprovecha para jugar con sus siete nietos. Le gusta hacer bromas y hacer reír a los demás.

 

 

Se siente tranquilo al pasar por la avenida Pedro Gual, arteria que cruza todos los días para ir a su trabajo y regresar a casa.

 

A diferencia de él, Ángel Mera aún no se siente preparado para recorrer la zona de su antiguo trabajo en el hotel Cabrera.

 

Allí donde Ángel, de 65 años, laboraba como guardia de seguridad queda un terreno desierto que no se ha atrevido a pisar.

 

"Como a los dos meses pasé por el hotel, miré y el cuerpo me comenzó a temblar, tuve que salir porque ya no podía estar cerca". 

 

Y, a diferencia de Pablito, en los ojos de Ángel se puede ver intacto el dolor del 16 de abril. Casi no se mueve de la silla en que se ha acomodado, en la pequeña y nueva sala de su casa.

 

Todo el tiempo mira hacia una ventana, se cubre el rostro y habla lentamente. Las palabras salen como si cada una llevara el peso del cemento derrumbado sobre él.

 

Su esposa, Nancy Oña, cuenta que la familia vivía cerca del edificio y que minutos antes del terremoto ella envió a su hijo mayor al hotel para que le lleve la cena a su padre. Mientras el joven se movilizaba en bicicleta, se quedó en casa con su segunda y última hija.

 

Entonces ocurrió el sismo y la vivienda se derrumbó. Lograron salir ilesas y su hijo, que estaba en la calle, tampoco resultó herido. Inmediatamente se trasladaron hasta el hotel para pedir ayuda.

 

Un policía que acostumbraba a visitar el hotel a las 18h00 sabía que en el sitio estaba Ángel, así que regresó a la avenida y movió escombros hasta que aproximadamente a la 01h00 del 17 de abril logró rescatarlo.

 

Aquella noche Ángel perdió toda su dentadura, sufrió graves contusiones y heridas en la nariz. “Estaba todo ensangrentado cuando lo encontramos”, describe su esposa.

 

Su rescate fue uno de los primeros de la tragedia y la familia conserva un video que lo registra. Ángel confiesa que jamás ha visto esa grabación, en alguna ocasión lo intentó, pero se detuvo porque le provocaba mucho dolor. Señala el computador todo cubierto y dice que "'ahí está".

 

 

En los días posteriores al terremoto tuvo varias crisis que solo el llanto podía apaciguar.

 

"Quedé traumado, si pasaba un carro y se sentía un movimiento para mí era un susto, un problema, no lo podía soportar, tenía que llorar para que se me pase"

 

- ¿Qué piensa hacer ahora, volvería a trabajar en un hotel?

 

Vuelve a fijar su mirada en la ventana, hace una larga pausa y dice:

 

- "Cuando me acuerdo de eso, no me siento..."

 

No termina la frase. Esta vez se queda en silencio y se cubre los ojos, quizás conteniendo las lágrimas.

 

En ese momento, su esposa habla por él y dice que todavía no está listo para enfrentarse al nuevo Manabí.

 

Durante este año, la familia de Ángel experimentó varios traslados. Un mes se instalaron en un albergue, después sus parientes los recibieron en una casa de la familia, a mediados de junio alquilaron un departamento y finalmente en noviembre obtuvieron una casa del plan habitacional El Guabito.

 

Nancy se dedicó a trabajar como coordinadora en los albergues, mientras su esposo continuaba con las terapias físicas.

 

Ángel espera recuperarse para trabajar sin complicaciones y algún día recorrer sin temor la avenida Pedro Gual. Sabe que levantar esas montañas de concreto, que aún permanecen en su mente, tomará mucho más que 365 días.  A pesar de los miedos que ahora enfrenta, se siente feliz de tener a su familia completa y la calma de un hogar restablecido.

 

Tanto él como Pablo consideran su rescate un renacimiento, la "segunda oportunidad".

 

Y aunque volver a la vida no es fácil, ambos tienen la certeza de que jamás abandonarán la tierra manabita, esa que los vio nacer dos veces.

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