29 jul 2016 , 06:29

La última y emotiva carrera de Dereck Redmond en Barcelona 92

Tras caer por una lesión antes de la meta, su padre saltó las gradas y lo ayudó a llegar.

Los Juegos Olímpicos están llenos de logros y sacrificios, muchos de ellos destacan por la forma en la que se llegó a conseguir medallas pero también hay otras ocasiones en las que sin una presea un deportista deja una marca en la historia, tal como ocurrió con Dereck Redmond en las Olimpiadas de Barcelona 92.

 

Redmond no ganó ninguna medalla en Barcelona 92, pero dejó una historia inolvidable, una demostración de sacrificio, fuerza de voluntad, y de amor entre padre e hijo.

 

En los Juegos Olímpicos de 1992, Redmond correría su última carrera y era el favorito para el oro en los 400 metros planos, y llegaba en su apogeo físico y mental, tras una vida atormentada por las lesiones.

 

Derek Redmond irrumpió con fuerza en el atletismo británico cuando con solo diecinueve años batió el récord nacional en 400 metros lisos. Transcurría entonces 1985 y los Juegos Olímpicos de Seúl, a tres años vista, constituían el objetivo principal del joven atleta. Su preparación para los mismos fue impecable: ganó el oro en la prueba de relevos 4×400 con su país por duplicado en 1986, tanto en el Campeonato Europeo de Atletismo como en los Juegos de la Commonwealth, y al año siguiente conseguiría la plata en la misma categoría, por detrás de los todopoderosos Estados Unidos. A nivel individual se quedó siempre a las puertas del medallero, pero era aún demasiado joven y su progresión era magnífica. Su momento estaba aún por llegar.

 

Pero no sería en Seúl. Cuatro o cinco semanas antes de los Juegos Olímpicos de 1988, Derek empezó a padecer un fuerte dolor en el tendón de Aquiles. Dejó de entrenar antes de los Juegos, esperando a la desesperada que su cuerpo curara. Pero, solo minutos antes de los 400 lisos, mientras calentaba, el dolor volvió y abandonó antes siquiera de empezar la carrera. En los siguientes meses sería intervenido hasta cinco veces.

 

A través de este doloroso y desesperante proceso, Derek pudo contar con el inestimable apoyo de su padre, Jim Redmond, su mayor respaldo, su mejor amigo y su sombra dondequiera que fuera. Estaría por supuesto a su lado en 1991, en los Mundiales de Tokyo, cuando en el culmen de su carrera llegó al ganar el oro en los 400 relevos, derrotando a los aparentemente invencibles Estados Unidos en una de las mejores carreras de relevo largo que se recuerden.

 

Y así llegamos a Barcelona, el 3 de agosto de 1992. Con un Redmond recuperado de su lesión tras una última intervención solo cuatro meses antes, en plena forma, con un trabajo descomunal a sus espaldas y ganas de ganar. La semifinal era un trámite; un paso más hacia la final y tras eso una pista lisa hasta el metal.

 

El momento había llegado arrancaron los corredores y entre el público su padre está volcado sobre un asiento a mitad de grada, pero a poco menos de 200 metros para la meta, una lesión hizo que la explosiva carrera parara y Redmond cayó con la mano en su muslo mientras lo adelantaban sus rivales.

 

Derek se desploma en la pista y rompe en llanto mientras una camilla corre hacia él para atenderlo pero dijo "no, no me voy a subir a esa camilla. Voy a terminar mi carrera" y se levantó entre lamentos y cojeando se dispuso a transitar el camino a la meta.

 

Los ojos de todo el estadio estaban en Redmond, parecía solo en medio de una marea humana pero desde las gradas su padre saltó para burlar la seguridad y disponerse a darle un abrazo a su hijo y decirle que no necesitaba seguir forzando su cuerpo pero consciente de que podía ser su despedida, Dereck le dijo que debía terminar.

 

Entonces Jim se dispuso a ayudar a su hijo a cruzar los últimos metros mientras se escuchaba una ovación en el estadio que aplaudió la última carrera de Dereck Redmond.

 

"Soy el padre más orgulloso del mundo, estoy más orgulloso de él de lo que lo estaría si hubiera ganado el oro, hace falta tener muchas agallas para hacer lo que ha hecho", dijo el padre del deportista que despues fue operado y el cirujano dijo que jamás podría volver a representar a su país como deportista.

 

Pero una vez más Redmond enfrentaría al destino y aunque no volvió a competir en atletismo, sí empezó a jugar básquet y logró ser profesional e incluso jugó como seleccionado por Gran Bretaña, lo que le valió para enviarle una foto autografiada al médico que le dijo que no volvería a representar a su país.

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